Blanca Navidad

Bueno, el título intenta ser un hiperresumen de esta entrada. Pero, a decir verdad, no sé si es muy orientativo. Tampoco estoy muy orientado yo. No sé cuál es el tema del escrito si la navidad o la nieve, por eso intentemos consensuarlo en navidad blanca, blanca navidad o algo así.
Ante la alarma, preocupación y desespero de muchos de los lectores, he decir que recién me siento a escribir recién ahora porque el clima hasta el momento no lo permitía. Exponer los dedos por tanto tiempo no fue algo deseable en los últimos días vieneses. Es que la semana pasada tuvimos días enteros de nevada, en los cuáles limpiaron las calles y veredas hasta tres veces en una misma jornada. Ya venía siendo molesto el frío y bastante bajoneante la noche que ya es plena a eso de las cuatro y media. Si a todo eso le sumamos montañas de nieve y capas de hielo, el panorama se vuelve ciertamente un tanto deprimente. No dan ganas de sacar un pie afuera. Sí, claro, porque la nieve está muy linda para verla por la ventana tomando chocolate caliente, pero el asunto es muy distinto cuando toca salir a poner el cuerpo. Lo único bueno, hay que desdramatizar un poco, es que esta semana que hoy termina no tuvo casi nieve y la temperatura se apiadó un poco. Aunque suene ridículo, salir a la calle y ver que los carteles anuncian 4 grados da una sensación de tranquilidad… Esperemos a ver qué viene.
Pero bueno, para aquellos esteticistas enamorados de los paisajes nevados, las condiciones climáticas son óptimas para pegar una visita a los mercaditos de navidad. Es que sí, yo recién estoy escribiendo esto en diciembre, a pocos días del aniversario de jesús, pero acá en Viena la navidad viene pisando fuerte desde hace rato. Me animaría a decir que ya desde mediados de noviembre que los negocios empiezan a estar decorados de acuerdo con la ocasión y van empezando a abrir los mercados de navidad. Sí, claro, en Leipzig el año pasado tuvimos uno en la plaza principal. Los lectores del Blog Trotamundos fueron testigos privilegiados de este evento. Pero acá en Viena, el asunto navideño está en otro nivel: no hay uno, sino múltiples mercados de navidad desperdigados por toda la ciudad. En plazas, castillos, callecitas… ¡Incluso en la universidad! Uno no sabe por dónde le va a salir la próxima choza navideña. Hay tres rubros principales que abundan en estos lugares: las bebidas (se destacan el vino caliente y los “ponches” – o como joraca se diga -, que vendrían a ser unas bebidas alcohólicas calientes a base de frutas o demás sabores), comidas y adornos navideños. Después, eso sí, nunca faltan los locales medio desubicados que venden cualquier ganzada y le cagan la atmósfera mágica a los pobres visitantes.
Pero hablando de magia, es importante destacar el momento único que se puede vivir en estos sitios. Y es que al parecer, entre los vahos de alcohol y las tacitas de glühwein que van y vienen, la magia ocurre. Sí, porque estando en estos mercaditos uno puede sorprenderse con el hecho de que los vieneses se vuelven, mágicamente, simpáticos. Sí, sí, esas mismas personas que casi ni te miran en la calle, que casi ni te hablan y casi ni te responden, se vuelven, navidad de por medio (o ponche de por medio), locuaces, espontáneos y hasta graciosos ¡Cómo olvidarnos de los ocurrentes muchachos que nos ofrecieron sacarnos una foto para – carcajadas de por medio – luego mostrárnosla y hacernos ver que nos cortaron las cabezas! Se vuelve difícil disimular la cara de sorpresa cuando la gente se ofrece a explicarte sobre los productos que estás viendo o te conversan preguntándote de dónde venís, qué hacés… un derroche de alegría. ¡Ah, si sólo fuera navidad más seguido!
Así que bueno, para aquellos amantes de la navidad y el frío, acá les dejo unas fotos, un videito y mis mejores deseos de que el invierno, que aun no empezó, se acabe cuanto antes. Por lo pronto este año estoy más vivo y no me voy a Rusia en pleno diciembre, muy por el contrario, un destino mucho más calido nos espera…
¡Saludos y felices fiestas pa’ todos!




La Ley

A decir verdad, la entrada que hoy nos reúne se suponía que trataría de otra cosa. Porque, claro, el fin de semana que pasó tiñó Viena de colores nostálgicos, abundaron los reencuentros y las nuevas despedidas. Sucede que acá transcurría la reunión de ex alumnos del Master, más la graduación y bueno era la excusa ideal para que algunos ex compañeros se dieran una vueltita por la capital austríaca y nos pusiéramos al día de cómo andaban las cosas. En nuestro caso, tuvimos a Thomas y Julinha como invitados de honor en Hietzing.
Como comentaba, se suponía que el blog de hoy trataría de eso, pero lamentablemente no fue así. El regreso de Thomas a mi vida europea no podía ser otra cosa que el regreso de los incidentes. Si hasta ahora en Viena todo transcurría apaciblemente, la presencia del amigo colombiano nos volvió un poco a la normalidad.
Sábado por la tarde, estamos de paseo en Schonbrunn y nos apuramos a ir a la zona de negocios en Hietzing, rápido, claro, porque los sábados todo cierra como a las cinco. El motivo: comprar un regalo de cumpleaños a Jacqueline, que celebraba el lunes. Bueno, el asunto es que hay muchos negocios y vamos viendo un poco en cada uno, primero compramos una tarjeta y nos cruzamos luego a una perfumería al frente a ver unas cosas. Eran como las cinco menos cinco y todavía queríamos ver otra perfumería, entonces salimos de esta, buscamos por un rato los horarios en la puerta y vemos que cierra a las seis. Vamos a la otra, está cerrada y volvemos a la primera. Ahí nos tomamos un buen rato buscando qué regalar, más el papel y otras huevadas más. Vamos a la caja, pagamos y salimos.
El asunto es que no debemos haber dado diez pasos cuando de repente nos pegan un grito por la espalda al pedido de identificaciones: la ley. Dos policías austríacos sin explicación alguna nos piden identificarnos. Yo no tenía más que el carnet de estudiantes mientras que Thomas, a falta de uno, les entrega dos pasaportes, inglés y colombiano. Miran un rato las cosas y sin mediar explicación alguna nos informan que tenemos que acompañarlos a la comisaría. Ahí se forman las parejas, un cana con cada uno. Thomas va con el de él adelante, recibiendo marca personal: el policía lo lleva agarrado del brazo indicándole con amabilidad militar para donde ir y no ir. Pobre del detenido cuando da un paso de más al llegar al semáforo y se come un cagadón a pedos. Similar a la buena contestación que recibió cuando tras escuchar que por la radio dice “acá llevamos a los sospechosos” pregunta de qué somos sospechados. Mi policía, en cambio, es un tanto más atento: no me toca, no me habla, me mira de reojo nomás.
Llegamos a la comisaría que estaba sólo a un par de cuadras del lugar en cuestión. Allí el policía ortiva va dando las indicaciones de cómo pasar a través de la puerta, a dónde entrar y dónde sentarse. Primero es el turno de Thomas para la inspección: vaciarse los bolsillos, sacarse la campera y quedarse callado sentado. El cana mala onda revisa todo súper minuciosamente, casa papelito de la billetera es analizado. Le preguntan si está registrado en la ciudad, qué por qué motivos está acá y quisió qué más. Mientras tanto el policía simpático está en la computadora tomando nuestros datos y metiéndolos en una base de dato junto con los de otros destacados criminales de nuestro nivel.
Tras el cacheo de rigor se acaba el turno de Thomas y me toca a mí. Bolsillos vacíos, campera afuera. Lleno la mesa con las 30 monedas que tenía, llaves, billetera y celular. Esto último les recuerda a los oficiales que no chusmearon el de Thomas, entonces se lo piden marcan algo y hacen sonar un teléfono. Mientras sigue mi turno con tanta suerte que el cana me pregunta (en alemán, claro) qué si habíamos ido a “Bipa” (el negocio dónde compramos) porque los había llamado una empleada de ahí. Yo, con mi fantástico alemán, intento explicarle la historia de que fuimos, salimos, volvimos a ir, compramos, etc.. No hay más conversación, pero el don consigue dos nuevos documentos en mi billetera: la cédula y el carnet de conducir. Se los pasa al otro que los ve (y me imagino cuánto entiende…) y confirma: coincide la información.
Bueh, el cacheo pa’ mi también y como ya no queda más nada que encontrar me mandan a volver a mi asiento. El policía ortiva va y viene con los documentos, hace fotocopias, mientras el otro boludo se hace el que escribe cosas en la computadora. Por fin, sin mediar disculpa alguna, el milicoide explica que como fuimos al negocio y volvimos a ir la mujer del negocio se asustó, además porque coincidía con la hora cuándo más robos suceden… En fin, que ya estábamos tarde pa’ la fiesta de graduación, así que nos vamos rapidito.
Así que bueno, mayores consecuencias no hubo. Eso sí, el único misterio que quedó pendiente fue que, al volver, el teléfono de Thomás no funcionaba más. No sabemos si se lo habrán interceptado, anulado o quién sabrá qué cosa, pero bueh, por suerte el muchacho tenía aun la línea de Alemania y se ahorró el riesgo de ser rastreado.
El resto del fin de semana transcurrió en orden, con festejos, cumpleaños y de nuevo despedidas. Eso sí, desde entonces se me ha vuelto imposible pasar por cerca de la perfumería sin un escalofrío paranóico…

Resumen de Noticias

Para los seguidores de este blog las noticias no son buenas. No, no, suicidios no, que no voy a cerrar este maravilloso sitio. Pero aun así, la noticia es que no hay noticias. Y si no hay noticias, no hay sobre qué escribir. Y entonces, el blog en blanco.
Las novedades de Viena no son que no pasan cosas, pero que las cosas que pasan no son novedosas. Salvo lo básico, de la casa nueva, el barrio y alguna que otra foto que se esfuerza por ser curiosa, las cosas que hasta ahora han sucedido tienen gusto a conocido. Que empezar las clases en inglés (tras un año de eso), que los compañeros (que son todos conocidos), que otra vez buscar tandem (pero ya no hay necesidad de explicar que es)… no sé, ya ni prendiendo fuego la cocina tengo algo nuevo para contar. Sí, bueno, Viena es más grande que Leipzig, es más linda, tiene subte y es un poco más cara. Nada jugoso a la vista.
En Alemania todo era nuevo, todo era curioso, raro, distinto. Ahora, sí, las cosas son nuevas, pero ya no tanto en forma, sino en contenido. Pa’ colmo uno decide irse a un país culturalmente homogéneo con el anterior y bueh, aun peor. Sí, que los austríacos ceden menos el paso cuando manejan, que son menos “perfectos” y un poco más simpáticos. Nada que levante un par de cejas. Nada que amerite una entrada.
Pero bueno, no confundirse tampoco. Que la rutina transcurre bien, la vida acá es linda y tranquila y no hay ningún problema importante. Y sí, seamos justos, que cada tanto hay eventos que marcan la diferencia con respecto a Leipzig e introducen cosas nuevas. Viena, al fin y al cabo, es capital y es probablemente una “global city” (sea lo que sea) como me enseñaron en clases. Entonces bueno, cada tanto hay sucesos que rompen con la monotonía y merecen ser destacados. Hace un par de semanas fue la muestra de Frida Kahlo, este último finde la final del ATP de Viena, y bueh, esperemos que queden cosas por venir. Probablemente un potpourri de esos acontecimentos podrían formar la próxima entrada. Pero claro, hay que esforzarse para escribir sobre una exposición de cuadros o describir un partido de tennis sin que se haga soporifero. En fin, veremos.
Por lo pronto esta es la única noticia, la ausencia de noticias.

Postales de la civilidad

No recuerdo bien cuando, pero en algún momento de los últimos tiempos en Leipzig nos enteramos de en no-sé-cuál-ranking Viena figuraba como la mejor ciudad del mundo para vivir. Esto se basaba en una serie de indicadores socioeconómicos con los que hacían un índice y después la listita de ciudades, de la más deseable a la más evitable.
El asunto es que claro, uno es medio gil y se impresiona con esas cosas y en los días previos al viaje se empieza a imaginar qué cosas tan maravillosas ocurrirán allí como para que se le de tan honorífica distinción. Más aún, pensarán algunos, cuando uno viene de la periferia, del subdesarrollo y se encuentra con la Civilización con mayúscula.
Pero bueno, para alegría de los nacionalistas que ya empezaban a mirar con desdén las últimas líneas de esta entrada, he de reconocer que Viena es una ciudad bastante como cualquier otra. Uno no se ve sorprendido, encontrándose en un mundo totalmente diferente, para nada. Pero sí se pueden ver algunos detalles, puntos curiosos, que se presentan como indicios quizás de aquellas características esperadas.
Aquí les van algunas postales de la civilidad.



AutoService de periódicos. Los domingos todos los postes de la ciudad se encuentran llenos de estos carteles con sus respectivas bolsas llenos de diarios. El sistema es muy simple, uno simplemente toma un diario y pone la plata en una latita.


Tacho de basura con suplemento especial para cenizas y cigarrillos.


Agua pública.


Todos los tranvías vienen con una correa para atar los cochecitos.


Por mi barrio hay varios de estos cartelitos que muy gráfica y escatológicamente le recuerdan a los dueños de los animalitos sus obligaciones.


Estacionamiento para perros en la entrada del supermercado.


Un restaurante con mesas en el jardín, donde antes de entrar ya le están recordando a los comensales básicamente que tienen que estar callados.


Ciudadana chilena horrorizada por el caos: una botella rota a las dos de la mañana en una estación de metro. Mientras buscan las cosas para limpiarlo se toma la precaución de poner un cartel encima para evitar accidente.


Revistas de lectura en el metro. Casi siempre se encuentran colgadas al lado de los asientos. Por las mañanas suelen haber en cada silla diarios de distribución gratuita.

Hietzing

Bueno, Hietzing no vendría a ser mi barrio, pero casi… Oficialmente, es mi distrito, el número 13 de la ciudad de Viena. Pero como yo no sé aun en qué barrio vivo (en realidad ni siquiera sé si los distritos se dividen en barrios) le llamo barrio a esto.
El territorio en cuestión, en fin, es mi habitat. Si bien un poco más lejos, no mucho más diferente a mi Argüello cordobés: es un barrio residencial y medio en la loma del orto. Re tranquilo y bastante verde. A unas cuadras de nuestro depto tenemos las vías del tren (eso sí, acá pasan trenes a cada rato) pero falta la encantadora estación. Y bueno, no muchas similitudes más tampoco. Pero bastantes.
La distancia con la Universidad es como la de Argüello con el centro, unos cuarenta minutos. Con el centro de la ciudad, dependiendo en que parte, un poco menos. Pasa que la Uni está en el cuore de la city, vio? Pero bueno, eso sí, esos cuarenta minutos se calculan desde el momento en que uno saca un pie del edificio hasta que emerge por la escalera mecánica en la puerta de la facu. En todo ese proceso media: un par de cuadras hasta la parada de tranvía (y cruzá los dedos que no venga un tren y te bajen las barreras), unas paradas hasta la estación de metro de la línea 4, cambio en Karlsplatz a la línea 2 y unas estaciones más tarde, sí, estamos en el Hauptgebäude! Ah, si querés ir al “Uni Campus”, bueno, o caminás unos diez minutitos o te tomás dos paras de tranvía. En fin, son varios tramos, pero lo genial es que las esperas son re cortitas. En horario diurno el tranvía pasa cada seis minutos mientras que el metro suele tardar cuatro en llegar. La bici no es tan popular como en Leipzig. Hay ciclovías y esas cosas, pero no es lo masivo que era en la ciudad alemana. Eso sí, lo que mata entre la juventud es el monopatín! Así que bueno, así estamos con el transporte.
Volviendo a Hietzing… así como Argüello antes, hace muchos años, era un pueblito aparte que luego se unió a la ciudad de Viena. No sé si quedarán rastros, pero tiene una parte así como neurálgica, con una iglesia grande, negocios chetos y demás, que da la impresión de ser el “centro” de Hietzing. Otra cosa distinguida que tenemos muy cerquita es el Palacio de Schönbrunn. Desde acá uno se puede ir caminando e ingresar a los jardines por la parte de atrás y perderse en el laberinto de árboles, plantas y senderos. La entrada a los jardines es gratis, así que se ve mezclándose a los turistas con gente que pasea el fin de semana y otros que van a correr.
Supermercados tenemos varios por los alrededores, pero ninguno tan cercano como el glorioso Rewe! Igual, ya hemos detectado cuál es su primo austríaco: se llama Merkur y tiene también la línea hermana de los grandiosos productos “Ja!”, acá se llama “Clever”, pero el formato de los paquetes, los colores, toooodo es igual. Así que, claro, es un gusto recordar tiempos Leipziguianos. Eso sí, que los Clever salen un poco más caros que los Ja!.
Bueno, el asunto es que ‘tamos en Hietizing y vivimos en la fácil de recordar Hietzinger Hauptstrasse. Allí, en una esquina, se encuentra nuestro maravilloso edificio. Nuestro digo, porque claro, como algún lector memorioso recordará del envío anterior, comparto casa con Jacqueline y Dana. Estamos en el tercer piso de un edificio sin ascensor (grrr…) por lo que se imaginarán lo divertido que fue subir las valijas el día que llegué y las que más tarde fui a buscar a lo de un amigo. Genial. Ni hablar de lo entretenido que se pone cuando uno vuelve tarde y cansado. Pero en fin. Acá estamos. El departamento estaba habitado, evidentemente, por alguna viejecita de esas que abundan en Hietzing. De otra manera no se entendería el tipo de muebles, el decorado y algunos utensilios dignos del interés de un arqueólogo. Pero bueno, si uno no es muy complicado con el tema de los gustos, el lugar está muy bien: tenemos todo el mobiliario y herramientas necesarios. Ah, yo, pa’ colmo, cama grande. Así que quien venga de visita este año quizás zafe de dormir en un colchón sacado de la basura…
Bueno, esos son, no sé si los principales, pero al menos los detalles que se me vienen a la cabeza sobre el lugar. Ante cualquier duda, sírvase a contactarse con este servidor.
Saludos y hasta la próxima!

Ah, por cierto, al parecer no tienen alarma contra incendios…

Algunas fotos

Llegada

Bueno, hoy sí, oficialmente, el primer post desde Viena. Sin mucha información relevante que contar, a decir verdad, pero bueno... cómo se resiste uno a volver al Trotamundos?
Tras despedida en el aeropuerto, y pasar el control de seguridad, donde el policía que me inspeccionaba el equipaje me preguntó dónde podía comprar mi misma mochila y bla bla bla, me aguardaba el maravilloso vuelo de doce horas. Bah, y un poquito más también. Porque se demoró como media hora en salir a raíz no sé que problema en no sé cuál cabina (je, augurando poco estrés desde el primer momento). Pero el asunto es que evidentemente se solucionó el inconveniente y salimos y volamos y no hubo ningún problema. Excepto por el insomnio, porque claro, a pesar de que los gallegos te sirvan la "cena" a las tres y media de la tarde y te cierren todas las ventanitas para "dormir" un par de horas después... ni modo que uno pueda. Así que las 12 horitas despierto se hicieron un poquito menos tortuosas leyendo el librito de Sabina que me había llevado (si iba por España no había que desentonar). Creo que el único momento en el que estuve cerca de dormirme fue cuando el viejo que se sentaba adelante se encargó de pararse al lado mío y se puso a hablar con un guaso del comité interreligioso que integraba y bla bla y dios y bla bla y la iglesia que iba a visitar en Holanda y que el Vaticano... en fin.
Bueno, el asunto es que a causa de la demora comentada el vuelo llegó medio tarde a Madrid así que salí disparado pa' hacer el cambio. Siguiendo la letra K en los carteles (esa era mi terminal o como se llame) te iban indicando cuántos minutos te faltaban para llegar, información según la cual, al menos al principio, estaba olgado de tiempo. El asunto se complicó cuando llegué a tomar un tren que te lleva de una parte a otra del aeropuerto. Habían colas larguísimas de gente y los vagoncitos no venía más. Un buen rato pasó hasta que llegó el primero y recién al tercero me pude meter. Después vendría el control de seguridad y después seguir hasta la puerta a las corridas. Llegué bien al final, como con diez minutos de margen.
Ese último avión, si bien corto, ya se me hizo tortuoso, estaba cagado de sueño y no me dormía más que de a cinco minutos. Pero bueh, pasó y he me aquí en Vienna. En el aeropuerto me esperarían Jaqueline y Dana (mis compañeras de depto en la capital austríaca), así que salí con las valijas y si bien no las encontré en un primer momento, al ratito nos vimos y acepté gustoso el chocolate de bienvenida con el que me esperaban. El resto fue fácil, me dejé guiar por el aeropuerto, el metro y el tranvía hasta que finalmente llegamos al hogar. Pero bueno, ese ya es tema pa' la próxima entrada.
Saludos y bienvenidos a Viena.

Volveremos...

Qué mejor que aprovechar el aniversario de mi partida para relanzar este maravilloso espacio. El 28 de septiembre de 2009 me iba a Alemania esperando vaya a saber uno qué.
Para los fieles lectores de este blog no habrá necesidad de realizar un recuento de lo desde entonces ocurrido, y para los no tan fieles... no merece la pena desgastar el teclado por ellos.
Pero en fin, lo cierto es que tras casi dos meses de silencio absoluto este blog vuelve a hablar y yo me vuelvo a ir. Si bien quizás suene un poco extremista hacer uso de la célebre frase de Carlitos, sobre que la historia se repite primero como tragedia luego como comedia, lo cierto es que esta segunda partida es mucho menos dramática. Ya no tiene ninguno de los ingredientes de la primera vez, por lo que los nervios, la incertidumbre la ansiedad... son casi nulos. Eso está bueno, pero no vamos a negar que un poco de dramatismo no le pone un poco de interés a la cuestión...
En fin, el asunto es que no habrá regreso a Leipzig, tampoco a Alemania. Pero no nos vamos tan lejos. Será Viena el destino de este segundo año. Habrán cambios, eso es cierto, pero algunas cosas continúan: el programa de estudios, unos cuantos compañeros, y la tortuosa coexistencia con el idioma alemán. Fuera de eso, habrá que ver qué espera por allá.
Pa' los que todavía no lo sepan (no me sorprendería que fueran esos mismos infieles al blog) me estoy yendo el próximo sábado 2, pa llegar al día siguiente a la capital de Austria. Desde allí, el maravilloso Blog Trotamundos volverá oficialmente a la vida, con la calidad de siempre pero con la experiencia ganada (léase: espero que sean menos las anécdotas sobre accidentes, bomberos, vecinos, etc).
Así que bueno, queridos todos: queda oficialmente reinagurada la temporada en que la primera actividad del día es chequear las actualizaciones, en que el blog se vuelve página de inicio para muchos, en que el facebook trae la maravillosa noticia de una entrada nueva y, en fin... en que yo me imagino que alguien más que un par de gatos locos me leen.

Saludos desde Córdoba
nos vemos desde Viena.

Balance

Ya terminé las clases, pasó el mundial, fuimos a y volvimos de los Balcanes. Ya se fueron muchos, ya quedan pocos. Ya armé las valijas, cambié las monedas, compré chocolates. Desde el viernes que estar en Leipzig es una cuenta regresiva para volverme, lo que hace a la ciudad un tanto lúgubre y deprimente. Vacía, sin gente, sin rutina. Las horas se pasan lentas y se ocupan con las últimas actividades de la lista de "pendientes".
Esta noche, o mejor dicho, mañana por la madrugada me voy para el aeropuerto. Se acabó un año súper lindo y lleno de cosas. Ahora, la alegría de volver al hogar, la tristeza del hundimiento de Leipzig y las expectativas por lo que seguirá.
Queda este maravilloso blog en estado de hibernación hasta que la ida a Viena lo haga despertar o sucesos extraordinarios lo vuelvan necesario. Gracias a todos por la compañía. A los de allá, a los de acá. Cariños pa' todos y hasta dentro de unas (cuantas) horas.

Consumir preferentemente antes del...

Todo en esta vida, excepto dios, el diablo y alguna que otra entidad mística por el estilo, se termina. Desde el momento en que empezamos sabemos que estamos condenados inexorablemente a terminar, por más que en el camino intentemos hacer tiempo, ganar minutos o dar rodeos.
El asunto es que Leipzig no podía ser la excepción, y claro, estamos en tiempo de descuento. Las fechas de vencimiento que parecían tan lejanas allá por fines del 2009 están hoy al rojo vivo, y las actividades que hasta el momento eran parte de una apacible rutina tienen los días contados.
El miércoles de la semana que viene termino oficialmente las clases. Ese día nos vamos de viaje con la facu. Así como tuvimos la winter school en las simpáticas montañitas polacas, ahora vamos a algún lugar por acá cerca (del medio de la nada, un par de kms a la derecha) a pasar su equivalente veraniego, la summer school. Unos días antes, el sábado, es la fecha de vencimiento de Argentina o Alemania en el mundial. Veremos quiénes serán los que cargarán a quiénes. Aquellos que se rieron tendrán ese miércoles también la posibilidad de ver a su equipo jugar las semis.
La summer school finiquita el 10 de julio, día en el que volvemos a Leipzig. Termina así el año acamdémico. El mundial termina el 11. El trece empieza el viaje de despedida. Y por esa misma fecha se producen las primeras partidas de las amistades que se van pa’ Sudáfrica. Con Tito, Thomas, Mauricio y Dana nos vamos pa’ los Balcanes. El 30 de julio no sólo termina el mes, termina también el viaje. Se les termina el contrato de alquiler a un par de giles, pero peor de giles los que los tendrán que alojar un par de días… hasta que se tengan que ir. Despedidas, más despedidas y bueh, el 5 me toca a mí. Tras un maravilloso viaje de más de un día, el 6 de agosto, pisando suelo cordobés, se producirá oficialmente el vencimiento de esta aventura.
Así que con esas fechas estamos, tachando los días que quedan, sacándoles el jugo, pero siempre con el rabillo del ojo espiando a ver cuánto falta. Eso sí: como dijimos, todo termina, todo. Incluso el regreso ya tiene su fecha de vencimiento. Pero, en fin, para qué andar apresurándonos. Juguemos a hacernos los distraídos, a la incertidumbre, y quedémonos como pavos, con las fechas que tenemos, que ya sobra y alcanza con el peso de saber que estamos al borde de la fecha de vencimiento de Leipzig.

El correo en Leizpig

El Correo en Leipzig (2010). Documental. Coproducción Colombiano-Argentina.

Corto documental que narra la experiencia de recibir un paquete por correo en Alemania. Qué sucede cuándo el cartero no da con el destinatario? Y en caso de que sea un envío certificado? Puede dejarlo? Quién lo firma? Son algunos de los múltiples interrogantes que este documental intenta responder. Con el trasfondo de la vida cotidiana en la calle del 18 de octubre, esta obra de arte nos acerca a la aventura de dar con un envío.
Buscando evitar la linealidad y previsibilidad que suele caracterizar a este género cinematográfico, "El Correo en Leipzig" intenta innovar y lo logra, no sólo con el extraño "ángulo vertical", totalmente groundbreaking sino también con el formato: un corto de menos de cinco minutos pero entregado en dos capítulos.
La prensa especializada le ha dado muy buena recepción y los rumores de la nominación para Sundance ya empiezan a circular. No será de extrañar que la ópera prima de la dupla Botero-Staricco vaya a dar de qué hablar. Y mucho.



Alemania 2006

Como quien llega tarde a una cita con el destino, bastante tarde, cuatro años tarde, estoy en Alemania cuando tendría que estar en Sudáfrica. Ante la incertidumbre e inminencia de lo que viene, siempre es tentador y un poco morboso pensar en lo que paso.

Del último mundial ne acuerdo del partido del primer día. De un alemán de la facu que se tiñó en su rubia cabellera la bandera de su país. Difícil era concentrarse en el parcial de Eco III con tremendo espectáculo al frente. Difícil era concentrarse sabiendo que se hacía la hora y la Coqui esperaba en la playa. Alemania - Costa Rica y almuerzo en honor al local.
Del úlitmo mundial me acuerdo del partido con Alemania. Fue un viernes. Fui a la clase de francés y me volví rapidito pa' casa. Las calles estaban semi vacías. El colectivo también. Poca gente por todos lados. En casa esperaba el Santiago. Hace cuatro años todavía me hablaba. La hora de comer y mamá que llegaba con empanadas del cole. Los tres viendo el partido en la cama. Messi que no jugaba, Lehman que atajaba, Pekerman que no podía hacer nada.
Del último mundial me acuerdo de la final. De estar cominedo en lo de papá, de alentar por Francia. Del cabezazo del pelado, del salto de Materazzi. De los nefastos tanos levantando la copa. De Bilardo exaltado. Del lirismo y el fútbol champán derramados.
Del último mundial me acuerdo de haber estado estudiando DIP en Carlos Paz, en Argüello, en Villa Allende, en Urca, en Alto Verde. Me acuerdo que me olvidé de un cumpleaños... Me acuerdo de la euforia, de los análisis, de lo rápido que pasamos de ser los mejores a los peores. De hacer cuentas sobre las posibilidades de salir campeones a contar los días que faltaban para Sudáfrica...

En fin, perdón por la nostalgia.

Ya llegó la primavera

Al menos nominalmente… porque lo que es el clima, ni se enteró. En pocas palabras, un asco. Sí, los lectores fieles de este maravilloso blog podrán quejarse de lo recurrente que es el tema del clima en estas páginas, pero no es mi culpa. El clima de esta ciudad es una mierda. Llegué en octubre, cuando no hacía más que llover, después el invierno más frío de mi vida y cuando llegaba la primavera… primero, nos quisieron engañar con un par de semanas lindísimas, con sol, calor, pajaritos que cantaban... Pero claro, no duró nada, y nos empezaron a llenar los días de lluvia. Llueve todos los días, todos, menos uno o dos a la semana, que son lindos, lindísimos y después te los compensan con más lluvia. Entonces claro, ahora entiendo un poco más a esos alemanes que ante los primeros rayitos de sol salen a la calle en musculosa y bermudas y, claro, uno se va volviendo un poquito más como ellos.
Pero bueno, si bien el clima no cambia, el que cambia es uno… Sí, sí, cambios radicales está sufriendo este cronista. El primero ocurrió a principios del semestre, cuando, tras negarse por meses y meses a considerar la idea de una bicicleta, terminó comprándose una. Claro, no por convicción propia, sino más vale por presión social. Porque allá cuando empezaba el semestre y teníamos hasta dos días de sol seguidos, todo el mundo que aun no tenía terminó comprando la simpática maquinita. Y empezaron las actividades al aire libre y los paseos. Y obvio, quién quiere quedar excluido… Así que tras un par de semanas de necia resistencia, el gil terminó comprándose una bicicleta. Eso sí, ahora he de reconocer que está bastante bien. La ciudad es un poco más bicycle-friendly que Córdoba, tiene no sé cuántos kilómetros de caminitos para las bicis y hasta semáforos especiales. La geografía ayuda, sin grandes subidas ni bajadas uno se la puede bancar bien pa’ andar de aquí p’allá. Pero claro, ahora hay que andar atento a otras cosas en las que no se reparaba antes. Por ejemplo, ir a una fiesta en bicicleta puede complicarse. Si uno bebe de más no sólo tendrá que vérselas con el equilibrio y la necesidad imperiosa de reducir los zig-zagz al mínimo, sino que también deberá evitar a la policía, ansiosa por realizar controles de alcoholemia. Si te da muy alto el nivel, multa y hasta podés perder el carnet de conducir…
En fin, que ese no es el único cambio. Como si el clima y pedalear de aquí para allá no fueran motivo suficiente para alimentar el mal humor, Juancito no tuvo mejor idea que anotarse en un curso de alemán: de lunes a viernes de 8.30 a 12 o 13 según el día. Ok, sí, uno tiene su orgullo, y viendo que mi alemán progresa tan pero tan poco decidí meterme a esta maratónica maravilla mañanera. Ya van tres semanas, empezando la cuarta. No sé si mi alemán ha comenzado a progresar, pero lo que sí avanza non-stop es el sueño, el cansancio y el malhumor. Podrán dar testimonio las pobres personas que me rodean, testigos de este ente ojeroso, con cara de orto y pocas pulgas. Pero bueno, no todo es tan malo. Las clases están buenas y uno puede conocer alguna que otra gente de lugares lejanos. Eso sí, los recreos son un desafío: hay que rebuscárselas para poder tener una conversación en alemán entre personas que están apenas sobre el nivel básico.
A esta altura me preocupa que el panorama descripto se haya vuelto muy sombrío. Pero no, no todo es tan malo como suena. Que cuando brilla el sol nos alemanizamos y aprovechamos las bondades de esta ciudad. Paseos en bicicleta, alguna que otra excursión al lago, tomar sol en los parques y deportes de alta competencia. Porque claro, en Córdoba nos comemos los mocos, pero acá en Leipzig se juega un gran torneo de Kubb. Que qué es eso? Para los ignorantes: http://en.wikipedia.org/wiki/Kubb- no hay versión en español. En pocas palabras, se trata de un juego de tirar maderitas a otras maderitas. Tiene algún parentesco lejano con el tejo si se quiere, pero no es nada que ver la verdad… En fin, el asunto es que tras haber jugado dos veces en nuestras vidas formamos un dream team latinoamericano (Tayse, Mauricio, Thomas et moi) y nos anotamos en el torneo. Sábado a la mañana, con más de veinte equipos teutones… y la gran performance: 1 partido ganado, 7 perdidos. No, no pasamos a segunda ronda y nos fuimos rapidito, silbando bajito, bajito, a comer un döner.
Y así, como quien no quiere la cosa, me voy despidiendo de esta nueva entrega. Que así, silbando bajito la subo como si nada, sin prestar atención al hecho de que pasó un mes desde la última. Que claro, cualquier lector con un poco de sentido común habrá podido entender el por qué de la demora.

Las fotos del torneo de Kubb, gentileza de Thomas y Andrea:

1, 2... 3

Primero, fue Patrick. Cuando el austríaco que pocas líneas de atención merece en tan importante blog decidió esfumarse, vino Thomas. Este último, sí, merecedor de elogios y algunos centímetros más de protagonismo. El alemán era el vecino ideal: se iba todas las mañanas a las seis en punto y no volvía sino hasta las tres de la tarde, hora a la que de inmediato se iba a dormir una siesta. Sumémosle que los viernes no volvía, se iba a su casa y reaparecía recién el domingo tarde en la noche. En síntesis, que casi no estaba en la casa y que cuando estaba ni se notaba. Tenía una mano excelente para limpiar el baño (sí, bastante mejor que la mía, he de admitir) y la convivencia no demandaba demasiado esfuerzo: por lo general una charla medianamente prolongada los domingos cuando volvía y alguna que otra durante la semana. Nada más. No pedía nada y a cambio se bancó que lo mandara al frente con la inspectora de la televisión, llegar a la casa invadida por bomberos y policías, o mis encargos de descongelar la heladera o hacer ver la ducha mientras me encontraba ausente por turismo. Pero claro, lo bueno no dura mucho, y para finales de marzo Thomas se fue. Pero no, no es como piensa el lector, se fue porque así lo tenía planeado, no huyendo de mí.
Por unos días el cuarto quedó vacío. Y claro, la incertidumbre de saber quién sería el tercer vecino de esta fantástica saga. Pero no duraría mucho, porque un buen día suena la puerta, la abren de prepo y aparece el encargado del edificio cargando colchas y almohada. Se manda al cuarto del vecino. Yo, haciendo gala de mi fantástico alemán, le pregunto que cuando viene el vecino, a lo que el don me responde “Es una ella”, o algo así. Pero cuándo! Un domingo al parecer. Así que sería vecina.
Quedaban un par de días aun, así que no me había dispuesto a limpiar un poco la casa hasta que fuera estrictamente necesario. Pero un viernes por la noche… cerradura. La puerta se abre y aparece… un chino. Ni mujer, ni el domingo. Pocas cualidades de buchón el gil del Hausmeister.
El muchacho se presenta, se llama Hao, es Chino, pero viene de Francia. Sí, sí, mucha cara de francés tenés vos, pensé… Pero bueno, más tarde me comentaría que llevaba tres años viviendo en Francia, así que lo perdonamos… hasta que el tema volvió a surgir. Dana, que estudió chino muchos años, un día se puso a hablarle en “su” lengua. El muchacho le respondió un par de cosas y de golpe la cortó en seco con inglés, diciéndole que el venía de Francia. Oulalá!
Fuera de eso, he de admitir que no lo conozco mucho. Tiene una máquina de cocinar arroz que es su utensilio (agradezco a mis compañeros latinoamericanos por hacerme entender que no es utensillo) favorito, único y universal. No es muy fanático de limpiar el baño. Nuestras conversaciones se limitan a hola, cómo estás, bien. Así que bueno, a ver que pasa….
Pero, eso sí, que este no será el último capítulo. Como todo en esta vida, Hao viene con fecha de caducidad, y ya me contó que se quedaba sólo por tres meses. Así que, sí, sí, como para no aburrirnos, habrá cuarto.

Retazos de Marzo

Reencuentro en Berlín. Abuela, que por brazo en recuperación es transportada en silla de ruedas, hace su entrada en la zona de arrivals. Cara de nervios, rayando la desesperación, hasta que diez segundos después de su aparición es interceptada por el nieto. Casa en Berlín oriental con Juan Carlos y María Elena. Piano piano si va lontano y sin pausa pero sin prisa nos recorremos toda la city. Por las tardes, tiemblan las panaderías. Por las noches los pies cansados. Ah, y Marx es de Talleres. Una semana que se pasa volando, y volando también se van de madrugada los españoles truchos. Los argentinos, tras una espera en la calle, se van en tren.
Leipzig es descanso y city tour. Y cenas… Una muy yanqui, con Dana y su familia, con unos que sólo hablan inglés y otra que sólo habla español. Claro, el gil que habla ambos traduce y termina cansado y con dolor de cabeza. Después vendrá Dresden, que de tanto caminar y comer, hará merma en el estómago de algunos. Eso nos lleva a la segunda cena. Ahora sí, en español. Especialidades colombianas a cargo de Mauricio y, por fin, algún que otro alfajor de postre. Pero no todo es placer, que la noche del viernes nos aguarda la ópera. Un acto, dos actos, tres actos… cuatro actos! Y claro, otra cena para pasar el mal trago. Esta vez afuera, pero idénticos comensales.
En Munich hace frío, y mucho. No faltará alguna mañana atrapados bajo las colchas viendo nevar por unas horas. Pero eso no acobarda, así que cada día paso obligado por el pequeño Estambul de la Goethestrasse y recorrido nuevo por il Monaco di Baviera. El frío da hambre y comer sed, así que a no perderse la famosa cervecería de la ciudad. Y, claro, muñecas, de porcelana eso sí; no no, no made in Taiwán, amasadas por alemanes, de porcelana y arias las queremos.
De vuelta en Leipzig, ahora la combinación es descanso y shopping. Tiemblan los escaparates, que hay que llevar regalos a Córdoba. Tiembla el nieto, que ahora no es ópera, pero concierto sinfónico. Tiemblan las valijas, que al otro día vuelan a Colonia.
Allí no permanecen mucho. Se pierden de conocer la catedral porque las dejan encerradas en el hotel, pero ya, al otro día, vuelta a rodar y se van a Bruselas.
En las calles de la capital belga no se pasa hambre. Papas fritas, cerveza, waffles, chocolates y mejillones componen la fauna autóctona. Tampoco hay hambre detrás de la puerta del hogar, sólo un poco de confusión con los electrodomésticos. Y la puerta de la ducha, que te encierra. Los souvenires se compran en Gante, los bombones en Brujas, pero cuando llega el turno de Amberes, bueno, salió ganando la que prefirió quedarse durmiendo.
Ni el Thalys que se demora, ni el taxista que te estafa, ninguno impedirá llegar al cuarto de hotel con vista al canal en Amsterdam. La capital de Holanda, donde no hay holandeses. O no los ves. Lo que si ven algunas abuelas son los sex shops. Porque claro, si la psicóloga te pide un souvenir erótico, como no darle con el gusto. Pero claro, que lo compre ella. No, no, que yo no voy a comprar un vibrador. Compralo vos. Ok, no habrá souvenir. Sólo bulbos de flores, por un total de 3kg y algunos imanes que venden en las calles. Calles que, claro, deben ser limpiadas. Explicárselo a la abuela que no habla holandés, pero le declara la guerra al auto-manguera que la hartó a bocinazos para que se corriera del camino y la dejara limpiar. Como siempre, ganan los agentes del gobierno.
De regreso a Leipzig. Ahora es sólo descanso. Si así se puede catalogar al armar valijas que revientan. La cuenta regresiva. Adiós a los residentes de Leipzig. A tomar el tren. Que llega tarde. Y que está lleno. Aeropuerto de Berlín, donde todo empezó, todo termina. Chek-in. Té con torta final. Que nunca me gustaron las despedidas. De vuelta a la estación de tren. Pero el tren se fue antes que el pasajero. El pajero espera. Dos horas. Llega a la casa. De nuevo vacía. De vuelta a empezar.

A través del espejo

Este blog fue creado como una bisagra, como un engranaje que vendría a comunicar lo que aparecía como dos lugares/tiempos disociados: Córdoba y Leipzig, Argentina y Alemania. En el mismo, he intentado en mayor o menor medida escribir distintas situaciones que me van tocando vivir para que mis familiares y amigos en la Docta pudieran enterarse más o menos de lo que aquí acontece. Era una especie de pantalla que permitía a los de allá ver lo que pasaba acá, una especie de vínculo entre dos lugares sin yuxtaposición.
Visto así, hasta el momento este blog fue una suerte de ventana, donde nuevos acontecimientos eran presentados a la audiencia. Pero claro, ante la presente actualización del blog me encuentro con un problema totalmente novedoso. Del mismo modo en el que Alicia un buen día, cansada con mirar lo que aparece en el espejo decide atravesarlo, durante el último mes me he encontrado en compañía de un personaje autóctono de Córdoba, más no de Leipzig. De allí mis problemas: ¿Cómo contarles por primera vez a los lectores sobre alguien que ya conocen? ¿Cómo escribir sobre quien hasta el momento era una más de los lectores? ¿Sería necesario presentarla, decir que es mi abuela paterna, dar nombres, edad o describir su fisonomía? He de confesar que este blog, especie de puerta entre dos dimensiones, se haya un poco confundido. De algún modo los recipientes se han revuelto y los contenidos mezclado.
Pero bien, si desde la perspectiva del narrador el trabajo adquiere tonos enrarecidos, creo que desde la de quien cruzó el espejo, serían más bien asombrosos ¿O quién se atrevería a negar que no hay algo de magia en poder ser parte del cuento que se ha leído? Imagínense: conocer la tabla de plástico que dio paso a la intervención de los bomberos; viajar en el tranvía número 16; tomar un tren en la estación principal; cenar y conversar con los protagonistas de diversas historias… En fin, para poder comprender todo aquello necesitaríamos el relato de quién lo ha vivido, quien se dedica a la redacción de este blog no se atrevería a tanto.
Así que volviendo a lo que me compete, no sé si hay mucho más que decir. Ha sido un mes raro, pero muy lindo. Ha sido estar en contacto no sólo con una persona, sino que a través de ella con todo un mundo y ha sido también, al mismo tiempo, aprender a compartir el mío. Porque claro, por más romántico que suene el cuento hasta el momento, no vamos a negar que en eso de convivir las 24 horas no hay que aprender a compartir… y bastante!
En fin, haciendo uso de cierta lógica televisiva, aprovecho y le mando un gran abrazo a mi acompañante de marzo que en estos momentos debe estar llegando a casa. Y pa’ los chusmas, bueh, que en el próximo post vienen los detalles del periplo.

Por una cabeza...


En la vida hay experiencias que te quitan el aliento, te roban el corazón, te marcan para siempre… o hasta te hacen perder la cabeza. A veces es sorpresivo, inesperado y otras, como mínimo, sospechable. Si me preguntan así de repente, no sabría decirles con precisión en cuál de los dos extremos se encontraba el protagonista de mi historia, Thomas, cuando armaba su valija para salir a Estambul.
Yo tiendo a inclinarme un poco más hacia la hipótesis de la previsión. Tras haber observados sendos documentales en Youtube, conseguido una guía turística de la ciudad e incluso haber comprado y leído el “Estambul” de Pamuk, Thomas tenía la idea fija de que la antigua Constantinopla le iba a “encantar”. A esta altura mis recuerdos son un poco confusos, pero hasta me aventuraría a asegurar que en alguna de nuestras conversaciones lo oí decir que le iban a robar la cabeza. El lector dirá, entonces, que mi duda es errónea, que Thomas iba sabiendo lo que le iba a suceder. Pero tras leer este relato, espero, podrá comprender que las reglas de la semántica, los recursos lingüísticos y las figuras del lenguaje nos hacen sospechar que nuestro héroe no esperaba que sus augurios se realizaran de modo tan literal.
Tras que Franka nos llevara en su auto desde Leipzig a Berlín y un vuelo como de dos horas y pico, por fin, llegamos reventados a eso de las seis y algo de la mañana a Estambul. Tras pasar los controles de rigor (más o menos rigurosos según el escudo que lleve cada pasaporte) estábamos ya en el hall del aeropuerto. Nuestro vuelo, obvio, nos había dejado en el aeropuerto más lejano, cosa que teníamos que tomar un colectivo de horita y media, luego un barco y por último unas estaciones de tranvía para encontrar nuestro hostel. Con tanto movimiento a la vista, se hacía indispensable conseguir dinero local para poder pagar el transporte.
Tras dar alguna que otra vuelta en vano vemos al final del pasillo un gran cartel, como de unos dos metros de alto, en el que luces rojas forman la tan ansiada “Exchange office”. Cambiamos el dinero sin inconvenientes y tras tomar nuestro equipaje decidimos dirigirnos hacia la salida. Lo recuerdo claramente, yo caminaba al lado de Franka, Mauricio nos seguía un poco más atrás, veníamos hablando de cualquier asunto cuando de repente… Un ruido como de una explosión nos deja paralizados. Nos volvemos pronto a ver que sucedía y nos encontramos con un panorama desolador: el cartel de la casa de cambio sobre el piso y Thomás con la mano en la cabeza. Nuestro medio colombiano-medio inglés (y medio distraído) no había visto el cable del letrero electrónico en su entusiasmo por irse a la ciudad, se tropezó y el colosal anuncio no tuvo mejor sitio para aterrizar que en la cabeza de nuestro amigo.
El empleado de la casa de cambio nos sorprende con su humanismo. Tras asegurarse de que el cartel está bien, parece ofrecer llamar a un médico. Thomas, orgulloso y valiente, agradece la oferta, pero la rechaza. Todavía un poco confundido y mareado, constatando el chichón que se le va desarrollando se sube al bus.
Nosotros,  un tanto irresponsables, no le damos la dimensión correcta a lo ocurrido. “Sana sana, colita de rana…” y ya… Pero Thomas no está para nada tranquilo. Tras un rato en el bus nos pregunta si lo acompañaríamos a ver a un médico. A nosotros nos pareció un poco exagerado, pero la preocupación no era infundada. En este momento, nos enteraríamos del trágico caso de Natasha Richardson. Ud. se preguntará que quién es, nada más y nada menos que la esposa del inolvidable actor que inmortalizara a Schindler en la película sobre él y su lista. El caso es que Natasha, tomando clases de esquí, recibió un fuerte golpe en la cabeza. Tras levantarse y seguir como nada, irresponsablemente omitió una visita al doctor. El asunto es que al poco tiempo fue víctima de una muerte súbita.
Bueno, aceptamos acompañarlo ni bien lleguemos al hostel, allí preguntaríamos en la recepción a dónde podríamos ir. En tanto, recién comenzaba un viaje de dos horas en bus. Thomas nos ofrece que durmamos, ya que para él sería muy arriesgado hacerlo en esas condiciones. El asunto es que el cansancio es tal que finalmente, por unos minutos, Thomas sucumbe a la tentación de Morfeo. Yo, sentado al lado, me asusto un poco… pero cuando veo que despierta y sigue aun vivo vuelve la calma.
El viaje resulta bien, pasamos el barco, el tranvía, caminamos un buen rato y llegamos a nuestro maravilloso hostel. Tras acomodarnos y conocer su inolvidable baño le preguntamos a su regenteador (Volcan… o algo así) a dónde podríamos llevar a nuestro golpeado amigo. Y sin dudarlo, nos recomienda el hospital alemán.
Tras tomar el tranvía y el funicular, caminamos un poquito y ahí lo hallamos. Por fuera se ve bonito, pero cuando entramos… quedamos maravillados. Es lo más parecido a un hotel que uno se pudiera imaginar. Muebles decorados, techo con figuras e iluminación, columnas y hasta un piano en una esquina. Pedimos en la recepción por alguien que hable inglés o alemán y nos los van a buscar.

En la entrada del hospital

Tomándose la cabeza I


Tomándose la cabeza II


Tramitando

Por fin llega el atento señor, al que Thomas, con la ayuda de Franka, le tiene que explicar los trágicos eventos. Tras escuchar con atención y controlar que su seguro médico funcionara, le ofrece una consulta con un médico por unos módicos 80 euros.



 


De repente la inminencia de la muerte súbita parece un tanto más lejana. Pero tras poner en la balanza la seguridad de algunos días más de vida y el dinero, Thomas no duda en aceptar la consulta. Una vez acordado esto, y mientras los fieles escuderos aprovechamos para utilizar el baño (que era infinitamente más limpio y cómodo que el del hostel) se llevan a Thomas a otro edificio del hospital. Mientras esperamos sentados (alguno que otro dormido), le dicen que lo más probable es que vaya a ser necesario hacerle unos estuidos pa’ ver que todo esté bien por dentro. Pero claro, estos salen unos 400 euros. Aquella balanza de la que hablamos unas oraciones antes ya parece aun menos asustada por la muerte súbita y comienza a recalcular. La conclusión: veamos al médico primero y después analizamos que hacer.
Esperamos muy nerviosos a que lo hagan pasar y, tras la consulta más corta de la historia (tan corta, que ni siquiera la cobraron), tenemos un veredicto. El golpe no ha sido fatal! Después de apretarle el chichón, el médico ha decidido que no hay nada de qué preocuparse y que, pasadas seis horas, el riesgo está olvidado. Todos suspiramos aliviados, aunque al mismo tiempo un poco decepcionados porque tras tanto lío esperábamos un poco de acción en el quirófano.
Thomas, mucho más aliviado, decide por fin tranquilizarse y se presta a disfrutar la ciudad. Podrá ahora, por fin, perder la cabeza del modo en que lo soñaba. Pero eso sí, ha aprendido de la experiencia:

Empapado por un elefante

No es que a mi me guste victimizarme, pero definitivamente esta no ha sido mi semana. Estoy pensando en recurrir a un chamán para saber qué malas vibras se alojan en mi residencia, o que me ayude a comprender de qué modo ella y yo no somos compatibles. El tema es que el asunto del fuego ha pasado de ser un accidente aislado y se ha convertido en un caso más de los infortunios a los que me somete este edificio.

Lunes, Dana y Tayse nos habían invitado a cenar, razón por la cual debíamos llevar vino. Como todo lunes me voy al súper a hacer las compras, lleno mi bolsa preferida de productos y me vuelvo al hogar. Estando en el hall de entrada una de las manijas decide que ya ha tenido suficiente, se desprende y zas! la bolsa al suelo. Con tanta suerte que la botella de vino venía al fondo. Se hace un pequeño hueco en la esquina inferior y el vino comienza a fluir. Por suerte Thomas (mi fiel compañero supermercadil) vive abajo, entonces nos vamos a buscar el lampazo para limpiar. Cuando volvemos el vino seguía saliendo y el hall empapado del inconfundible aroma a Malbec. Tras limpiar una vez, el vino sigue saliendo, así que volvemos a limpiar, pero nada, aparentemente era una botella bastante rendidora. Vamos a buscar una bolsa donde metemos la que estaba rota. Me preparo para subir las escaleras, pero no, la nueva bolsa también se rompe. Genial, el vino era de tan buena calidad que corroía bolsas. Otra pasada de lampazo. Buscamos una nueva bolsa, esta vez más resistente y sí, por fin puedo subir sin llenar los pasillos de vino.

Miércoles, mi libro de Amazon.de lleva varios días sin llegar desde que notificaron el envío. Como mi alemán es un tanto... mmm... como decirlo... inexistente? Le pido a Thomas que llame con mi celu al servicio de atención al cliente. Tras pasar grabaciones, esperar la musiquita de rigor, dar númeor de pedido y demás informaciones claves, un operador nos atiende. Thomas le explica que mi libro no llegó, pero que paradójicamente aparece en la página web como "entregado". El muchacho se fija y nos dice que "sí, efectivamente, el libro fue entregado". -"Ejemm... pero si no lo tengo"
-"No, claro. Como el cartero no encontró a nadie en casa se lo entregó a un tal Herr Finkler"
-"Ah, muy bien, pero yo no conozco a Herr Finkler"
-"Lo siento, pero yo no puedo darle más datos. Demasiado con que le he dicho su nombre"
Genial, genial... Así que bueno, hay que encontrar al Sr Finkler. Plan A, en mi piso los únicos hombres somos Thomas (mi vecino) y yo, así que él debe ser Thomas Finkler. Pero cómo va a ser tan gil de haberse olvidado de darme el libro tantos días... Probamos llamarlo, pero no atiende. Plan B, en la entrada del edificio se encuentran los buzones de todos los inquilinos, muchos de ellos, cuidadosos, ponen sus nombres en las ventanitas habilitadas para tal fin. Así que fuimos a leer en qué cuarto vivía Herr Finkler... Y nada. Herr Finkler debió olvidar poner su cartelito (si Herr Staricco había olvidado hacerlo, por qué no podría Herr Finkler). El asunto es que ya, un tanto nervioso, le rompo las bolas a Thomas para que llame de nuevo a Amazon. Mismo Proceso, grabaciones, música, claves, ser humano. Thomas le dice que sabemos que un tal Herr Finkler tiene nuestro libro, pero que no sabemos quién ocote es y al parecer no nos lo quiere dar. La señora chequea la información... "Ah, claro... jeje" Resulta que el nabo que nos había atendido antes era nuevo; el cartero no había encontrado mi casa (imaginamos que el número de depto no entró en la dirección) entonces mandó el libro de nuevo al depósito, donde Herr Finkler (empleado de Amazon) lo recibió.
El asunto es que ahora me reenviaron el libro (llamamos justo a tiempo porque un día más tarde me hubieran cobrado cargo de envío... por su impericia?) y bueh, por las dudas hace un rato fuimos a poner mi nombre en la ventanita del buzón.

Jueves, hoy. Apaciblemente trabajo en mi ordenador cuando suena el timbre. Pensando que es algún amigo salgo a atender, dejando todo abierto. Pero no, era una extraña señora hablando alemán. Se apiada y cambia al inglés. Resulta que era la cobradora del impuesto a la televisión. Sí, sí, en este maravilloso país te cobran una cuota mensual por tener TV y/o radio. Yo sabía de que existían inspecciones, que si te encontraban una televisión fuera de regla te multaban. Me pregunta si tengo noutbuc, radio y/o televisión. Con la puerta abierta de mi cuarto, sin saber qué alcanza a ver, le confieso que tengo tele y compu. Qué desde cuando tengo la tele, sólo desde enero por suerte... Algunos datos más y menos, y Zas! Boletita para el boludón. Pero no sólo eso, sino que justo Thomas (mi vecino) sale de su cuarto, la inspectora me pregunta si está y yo lo mando al frente. Zas! Boleta para dos. Después Thomas me explicaría que en general nadie paga ese impuesto, que esta gente no está habilitada a entrar a revisar y que, entonces, todo el mundo los charla con que no tienen y con eso alcanza. Su sub-texto fue claro: "la puta que te parió".

En fin, estos son los últimos sucesos destacables que ocurren bajo el techo de mi querida residencia. No tan querido yo para ella. Tendremos que replantear urgentemente esta relación, porque sino... así no podemos seguir.

San Petersburgo (por fin el fin)

Llegamos puntualmente a la estación y allí nos aguardaba el bus que nos llevaría a San Petersburgo. Nos recibe la señora que sería nuestra acompañante, una vieja medio rara (especialmente para alguien que no habla ruso) que alternaba entre la simpatía y la mala onda. Nos advirtió, eso sí, que para las excursiones yo tenía las entradas a precio de bielorruso, así que el argentino exótico debía procurar no hablar en voz alta cuando entraba a los museos y demás. Que desafío…
El viaje duraba unas simpática 14 horas, salimos el 30 por la tarde y llegamos al otro día como a las ocho de la mañana. Dormir fue bastante complicado, por un lado, porque estaba sentado contra la ventanilla y de ese lado salía la calefacción más asfixiante que hubiera conocido nunca jamás. Por el otro, porque la comodidad de los asientos no ayudaba. Durante el recorrido hubo algunas paradas técnicas para ir al baño, pero bueno, he de confesar que más que baños eran letrinas, en las que si uno quería saber dónde tenía que embocar sus desechos no tenía más luz que la del celular. En fin, si alguno de los lectores conoce mi trauma con los baños públicos, se imaginará mis sensaciones. Lo mejor del viaje fueron los “bocadillos” que Olga nos había preparado para ir comiendo.
Si en Belarús había tenido un merecido descanso de los McDonalds, en San Petersburgo retomaríamos la tradición, obvio. Nomás llegar a la ciudad, nos dirigimos a tomar nuestro desayuno en las M amarillas. El café era indispensable para mejorar un poco el estado de sonambulismo que cargábamos. Pa’ colmo de males, no iríamos al hotel sino hasta después de comer, así que había que poner el cuerpo para los paseos sin falta.



Fuimos en primer lugar al Hermitage, que más allá de las obras que expone, el palacio es una atracción en sí mismo, luego visita panorámica por la ciudad, visitamos la Catedral de Kazán y unas vueltitas más. Después de eso fuimos a comer y, finalmente, fuimos al hotel! La siesta no se hizo esperar y allá fuimos.
Era 31, así que esa noche eran los festejos. Decidimos ir a la plaza principal, en la entrada del Hermitage, donde transcurrirían los festejos. Nos pusimos de acuerdo para ir con una pareja de chicos de la que nos hicimos amigos: Olga y Zhenia. Los dos bielorrusos, reciente y jovenmente casados, muy piolas por suerte, nos acompañaron durante todo el viaje. Así que salimos juntos del hotel, compramos champán pa’ brindar en la plaza, nos tomamos el metro y después caminar por la avenida Nevky, la calle más importante de San Peter, hasta llegar a la plaza. La ciudad estaba iluminada bellísimamente y las calles llenas de gente que iban para allá también.







Cuando por fin llegamos nos encontramos con un escenario con pantallas gigantes, donde no sé que hacían o decían. Lo cierto es que por ahí estaba el abuelito frío con su nieta y todo. Por fin se hicieron las doce y comenzó el festejo. A decir verdad, con un poco menos de efervescencia de lo que esperaba, no se jugaron mucho con los fuegos artificiales tampoco. Pero lo que si estuvo muy lindo fue todo el espectáculo que hicieron con luces y música. Iluminaban el frente del Hermitage al ritmo de la música, y en el edificio de en frente proyectaban sombras que se iban moviendo. La verdad que estuvo muy imponente, y de pensar que estaba celebrando año nuevo en San Petersburgo, bueh, fue un tanto emocionante.









Estuvimos un rato más ahí haciendo los bellísimos videos mostrados. El pueblo tenía hambre, así que empezamos a evacuar la plaza en busca de algo cuando, de repente, perdimos a Yuliya en la multitud. El asunto se puso complicado, porque había muchísima gente y ella no tenía celular. Tras un buen rato, no sé de cómo, Zhenia la encontró y bueh, seguimos la marcha. Las calles estaban llenas de gente y policías por todas partes. Tras caminar mucho llegamos a una especie de mercado de navidad como los alemanes, pero en Rusia, obvio. Tras dar unas vueltas encontramos un lugar donde comer que parecía bastante bueno y ahí paramos.







Era ya bastante tarde cuando empezamos a encarar de vuelta para el hotel, pero claro, ya no había transporte público de ningún tipo. Así que nos tuvimos que armar de valor y caminando por las veredas más resbaladizas de mi vida fuimos poco a poco hasta el hotel. Creo que caminamos por lo menos una hora y mis compañeros me salvaron de muchas caídas. Es increíble las capas de hielo que se formaban.
Ya llegando al hotel podíamos apreciar vistas de noche bellísimas como esta:





Al otro día, tras el desayuno, tuvimos visita a todos los puntos más importantes de la ciudad.







Fuimos a almorzar y terminamos a la tarde. Yuliya se fue a dormir la siesta, pero yo estaba preocupado por la vuelta a casa, así que decidí “practicar como volver.” El problema era que al otro día los amigos se volvían a Belarús con el bus pero yo, en cambio, me quedaba un día más y me tenía que volver por mi cuenta. Tenía, entonces, que asegurarme saber cómo joraca llegar al aeropuerto y cuál de los dos era el que correspondía. En los mapas del metro figuraba una estación desde donde salían los buses al aeropuerto, así que fui hasta allá. A la estación llegué sin problemas, pero claro, cuando salí a la superficie, había como cuatro esquinas de las cuales salían los colectivos, así que bueh, había que seguir averiguando. Cuando me volvía, ahora sí, me perdí por primera vez en el metro, tomándolo en sentido contrario. Llegué al final del recorrido por accidente, donde un guardia amablemente me pidió que bajara. Así que como un gil caí en la primera estación que conocí donde había que salir a la superficie para cambiar de dirección del tren, como un buen boludo tuve que pagar otro pasaje.
Bueno, me volví para el hotel, y como habíamos quedado de encontrarnos en el centro para comer con Shenia y Olga (se habían ido a ver Avatar, era la primera vez que escuchaba el nombre de esa película) no terminé de llegar, que de vuelta nos íbamos a tomar el metro… para comer en Mc Donalds, of course.
Al otro día nos levantamos bien temprano porque teníamos paseo lejos, a visitar el Palacio de Catalina y luego el de Pavlov. Lindísimos ambos, aunque la nieve cagaba el paseíto por los parques.







Tras las excursiones, parar a comer en Mc Donalds y despedida. De ahí los bielorrusos seguían para Bielorrusia y yo me volvía para el hotel. Yuliya se portó y me acompañó hasta el lugar donde tenía que tomar el bus (que era una especie de auto un poco más grande), llegó rápido, despedida fugaz y de vuelta para la ciudad. Ahí un viejo se apiadó y me indicó donde bajarme y bueh, metro amigo y de vuelta pa’ las casas, no sin antes pasar por un horrible y caro supermercado de inspiración china donde compré algunas cosas para comer a la noche y al día siguiente.
El último día por mi cuenta lo aproveché para visitar un par de iglesias que no habíamos visitado y que ciertamente valían la pena. Dar unos paseos más por la ciudad, comprar algunas boludeces y no mucho más.



Volví al hotel con tiempo de sobra, ya tenía todo preparado y, por suerte, todos los pasos del regreso planificados.
La primera prueba consistía en arrastras unas cinco cuadras la valija en medio de la nieve, por veredas pobremente limpiadas. Luego, en la estación del metro, gran pelea gran. En los molinetes del metro, habían muchos pequeños y uno grande que, en inglés, decía “puerta para equipaje.” Como en todo metro, en este también se encontraba una de las personas con el cuarto de los peores trabajos del mundo: cuidador de escalera mecánica. En cada extremo de escalera mecánica en los subtes de Rusia se encuentra una casilla de un metro cuadrado donde hay una persona sentada todo el día viendo a las escaleras o algunas pantallitas que tienen (que muestran escaleras). No sé muy bien que hacen, ya que nunca las vi (creo que suelen ser mujeres siempre) haciendo gala de nada. El asunto es que, como decía, me dirijo a la cuidadora de escalera de turno y le señalo que voy a pasar por esa puerta porque tengo valija. A lo que me dice que no, que pase por un pequeña. Retruco, insiste, retruco, insiste. Le hago caso. Meto la ficha, quiero pasar y obvio que no pasamos junto con mi valija. Voy a decirle que pagué, pero que no pude pasar, que me deje pasar por la puerta grande y no quiere la vieja. Finalmente, un policía que estaba también allí le dice que me deja pasar. El asunto es que el policía me empieza a explicar, mitad en ruso mitad en inglés, tres cuartas partes con señas, que debería haber puesto una ficha para mi y otra para la valija y pasar. Bueh, mah si, “spasiba, spasiba” y huyo.
Ahora tocaban cinco paradas de metro con una línea y luego otras cinco con otra línea. Terminado eso, salgo a la calle y justo me encuentro con el colectivo que va al aeropuerto. Me subo, viajo parado, pero en el bondi correcto así que no me importa. Por fin llego al aeropuerto. Voy al check in, me mamo la cola y me dicen que no podía pasar aun, porque no era hora. Bueh, esperar, se hace la hora, entro. Insoportables controles de seguridad, dos veces en total, uno incluyendo descalzarse y pasar por rayos X o algo así. Pero bueno, finalmente tomo mi avión que va a Riga. Allí llego como a las once, pero mi avión a Berlín no sale sino hasta las 7.00 am. Así que me acomodo en una hilera de tres asientos y, tras leer un poco y comerme los sanguches que traía, me duermo un rato. Al otro día me despierto, tomo el avión y zum, estoy en Berlín. Me tomo del aeropuerto un colectivo a la Hauptbanhof. Allí tenía que esperar como dos horas y media mi tren, averiguo si se pueden cambiar y me dicen que mi pasaje es tan rata que no es posible. Me instalo en un mac donalds a escribir un poco entrada del blog. Se hace la hora, me tomo el tren. Llego por fin a Leipzig, me tomo el tranvía y ufff, estoy en casa! Esa noche, aturdido por tanto viaje, y desmemoriado por tan larga ausencia, me quiero hacer algo de comer, prendo la hornalla equivocada, mi tabla de plástico se empieza a derretir… humo, humo...

Belarús

Bueno, tras una prolongada ausencia (y desesperados reclamos de fieles seguidores) me propongo continuar con la segunda entrega de las vacaciones de invierno. Sabrán disculpar las demoras, pero en estas últimas semanas y las que siguen ando con mucho trabajo para la facu y no pude ponerme a seguir. Ahora no hay más excusas. Eso sí, sabrán disculpar (o aprovechar) que habiendo pasado más de un mes del comienzo del viaje, ahora los recuerdos no son quizás tan vívidos, ni los detalles tan numerosos, pero quien relata hará su mayor esfuerzo por no omitir sucesos de importancia.
Comienzo donde dejé con el último pedazo de blog que me queda escrito en papel de durante el viaje, buena parte escrita en el tren, el resto en Berlín, haciendo tiempo.


La valija pesadita, la mochila un poco también. Me despido del muchacho (que nunca sabré si se llamaba Alex u Oleg o ambos o ninguno). Como un gil ando cargando la maleta entre el hielo y el barro-nieve. Voy a la estación de metro de siempre, pero claro, cargando todo no es tan fácil subir y bajar todas sus escaleras, menos cuando la gente te lleva por delante sin problemas. A todo esto, entre las escaleras, la carga y tener todo el abrigo encima me voy cagando de calor cada vez más.
El asunto es que tras la combinación de metros necesaria llego temprano a la estación de tren. Sé que mi tren es el número nueve y el destino final es Varsovia (Варшава). Voy a chequear en el tablero y, por suerte, estaba primero en la lista: ПУТ 3 ПЛАТФОРМА 2. Me dirijo directamente ahí. Camino un par de vagones pero todos dicen Moscú-Brest. Scheisse, debe ser otro tren que está por salir. Me meto a la estación a esperar. Cuando me siento son las y veinte, así que me propongo volver a salir a las y media. No es mucho, pero como no tengo un carajo para hacer, y mucho menos nadie con quien conversar, los diez minutitos de me hacen eternos.
A las y media, según lo planeado, salgo de nuevo. Voy a la plataforma debida y… el mismo tren. Ahora sí ya me pongo un poco nervioso (como si la falta de seguridad que tenía desde un principio no fuera poco). Le pregunto a la primera vieja que encuentro en la puerta de un vagón si este es el tren que va a Varsovia. La vieja (bueh, no era tan vieja, pero la cara de culo la hace parecer de 60 en vez de 50) me dice en ruso (que entiendo gracias a sus señas) que el tren a Varsovia está más atrás. Sigo caminando entonces hasta que encuentro un vagón con cartelito (¡en letras no cirílicas!) que dice “Varsovia”. Ahí pregunto de nuevo con mi gran ruso: “Varshava?” y escucho lo que quería “Da” (sí).
No veo ninguna encargada en la puerta, así que encaro a un par de gentes que estaban charlando ahí y me habla por fin alguien en ruso “sorry.. eh…”. Se avivan que soy un pobre gil perdido y empiezan a llamar a gritos a una muchacha. Por fin llega… y habla inglés! Le muestro mi boleto, pero claro, yo no voy a Varsovia, sino a Orsha. El boludo por fin entiende que acá cada vagón va pa’ un lugar distinto. Me vuelvo un vagón para atrás y ahí me mandan a volverme dos vagones más para atrás y ahí me encuentro con… la primera vieja! Ahora le digo “Orsha” y empieza a hablar un montón de cosas que ni entiendo. Me pide el billete, el pasaporte (que me lo hace abrir pero ni lo entiende) y sí!! Por fin adentro.
Encuentro mi camarote (si es que esa es la palabra) y encaro. Debe ser un rectángulo de 2 x 3 metros. Cuatro literas, dos abajo, dos arriba. Las dos de abajo ya ocupadas por lo que parece ser una pareja de viejos, muy piolas ahí sentados, tomándose una coquita. Me hablan, a lo que respondo “Ruskiy niet” y bueh, señas amigas. Me facilitan guardar la valija (debajo de la cama de la señora) y ya no entendía como seguía la cosa. Sé que tengo que subirme a mi cama, pero ahí arriba hay dos pseudocolchones enrollados más una pila de colchas. Encaro p’ahí, dudo y el viejo se apiada y saca un colchón y colcha que corresponden a su esposa (quien vive abajo mío).
Mi gran duda ahora no es tanto como ocote debo acomodar esas cosas, sino cómo subirme a esa cama. Dima ya me había dicho que tenía que pisar el colchón de abajo, así que con la vista iba tratando de medir la maniobra que me tocaba. Dudo que me de el cuero, pero para ir ganando tiempo y postergar el papelón me paro con una pata en cada cama y me hago el que acomodo las cosas. Muevo el colchón, la colcha, pongo la mochila y bueh… lo mejor parece ser levantarse con los brazos p’arriba usando las dos camas y, de algún modo, poner el culo en la que corresponde. No me pregunten detalles, porque sinceramente no recuerdo cómo fue pero logré hacerlo y sin papelón.
Así que bueno, ya estoy acomodado: colchón estirado, almohada, la colcha por alguna parte. Veo que en el pasillo hay un guaso mirando por la ventana como nos vamos. Yo no quiero quedar excluido de tan melancólica postal, así que me bajo (total ya sé que la subida la tengo totalmente dominada). Me asomo por la ventana con la mirada extraviada en el horizonte. No quiero perderme un detalle, así que decido correr la cortina y zas! La tiro con caño y todo. El boludo al que quise imitar me mira con cara de nada, ni se inmuta y a los segundos sigue mirando por la ventana. Acomodo la cortina como me sale y.. mejor me vuelvo a la cama.
La vieja inspectora se asoma, pide pasajes, yo lo busco en la mochila, pero para entonces la gilaza ya se fue. Al rato vuelve, estiro mi mano con los pasajes, pero ella habla con los viejos y a mi ni me registra. Bueh, fastidiado de querer hacer el bien sin ser correspondido guardo mi tickete y me pongo a escribir esta crónica. Al rato vuelve la vieja y habla con los viejos. Entiendo sólo una palabra “desyat” que es la que había usado cuando compre mis 10 pasajes de metro. Claro, mi cama es la diez, o sea… estaban hablando de mi! Pero la muy boluda sigue sin mirarme. La señora de la cama de abajo por fin se dirige a mi y le entiendo que me dice del “billet” o algo así. Se lo doy a la ortiva y se va no sin antes dejarnos más sábanas color rosa. No entiendo muy bien para qué sirven ( mi sentido común está en la lona, lo sé). Al rato entra nuestro último compañero, un rubio con olor a cigarillo. Habla con el viejo y acomoda su cama. Empieza a usar las cosas rosas: pa’ la almoahada, el colchón, sábana… Uf, que boludo que soy. Se va. El asunto es que yo ya estoy instalado arriba de mi cucha así sin nada y los señores cada uno echados en su cama, no hay mucha maniobra como para acomodar. Pero bueno, el asunto es que para no parecer tan sucio al final puse como pude las sábanas. Muy habilidoso de mi parte, lo sé, armar la cama teniendo que estar sentado en ella.


Intento de grabar algo en el tren


El viaje fue bastante tranquilo, sobre todo la primera parte. Los viejos de abajo dormían, yo leía y luego casi me duermo, pero justo llegamos a una parada y se cagó el sueño. Después de eso los viejos plomos se despertaron y empezaron a discutir (o por lo menos eso parecía) por el resto del viaje.
Mi gran preocupación era pasarme de la parada, pero a la hora prevista y como me habían predicho mis amigos, la simpática encargada del vagón vino a decirme que estábamos llegando. Bajo a los tumbos y, que bueno, nevaba… Empiezo a buscar con la vista desesperadamente a Yuliya y, uf, ahí está, esperándome puntualmente con su primo Ruslan. Nos tomamos un taxi y vamos para su casa (Yuliya vive habitualmente en Minsk, pero cada tanto vuelve a Orsha a visitar a su familia).
Yuliya es traductora, su primer idioma es inglés, que lo habla obviamente perfecto, pero además habla español e italiano. Lo que yo no sabía era que hablaba el español tan bien. Tras viajar dos veces a España casi parece gallega. Así que, afortunadamente, pudimos hablar en ese idioma todo el tiempo que estuvimos juntos.
Cuando llegamos a la casa allí nos esperaba su madre, quien no hablaba inglés y. como yo tampoco hablaba ruso, Yuliya nos hizo de traductora para poder presentarnos y demás diplomacia. La verdad que durante el resto de los días fue muy divertido cuando intentábamos comunicarnos. En los momentos en que no teníamos traductora oficial recurríamos a diferentes recursos: diccionarios, dibujos, señas, etc. Para Yuliya era divertido, para nosotros un poco frustrante, pero hay que reconocer que si bien no era muy eficiente, al menos nos reíamos un poco.
Bueno, la cosa es que esa noche me esperaban con gran comida gran: borsch, pollo al horno con papas, ensaladas y salame. Fua! Que lindo estar en Orsha. Después de comer nos quedamos charlando un rato, vi un poco del “patinando por un sueño” ruso y a la cama, que ya era tarde y al otro día había que levantarse temprano.
La mañana siguiente no sólo fue larga por la madrugada que pegamos, sino por todo lo que hicimos. Yuliya tenía que hacer unos papeles suyos (pero, a decir verdad, eso fue rápido) y yo tenía que registrarme en Belarús. Para ese trámite fuimos primero a la municipalidad, de ahí a la policía, de ahí nos mandaron a hacerme un seguro de salud, fuimos a una sede del seguro y nos despacharon para otra que estaba bastante lejos, y ahí por fin conseguimos el seguro. De vuelta para la policía, ahí Yuliya me rellenó un formulario y uf, por fin lo conseguimos! Registrado oficialmente en Belarús.
Entre medio de todas las idas y venidas pude ir espiando un poco de la ciudad. Orsha tiene alrededor de 100.000 habitantes si mal no recuerdo. Como muchas zonas de Belarús fue destruida mayoritariamente durante la segunda guerra, así que en líneas generales la ciudad es bastante nueva. Se nota no sólo en los edificios, sino también en la amplitud de los espacios, calles grandes y amplias. Las conmemoraciones de la segunda guerra se pueden encontrar en distintas partes de la ciudad, como así también algún que otro recuerdo de la URSS. Pero a decir verdad, si comparo con lo que había leído antes de ir, bueno, hay que reconocer que más allá de alguna que otra cosa suelta, la nostalgia soviética de la que hablan no era tan así. Al menos por lo que yo pude ver.
Esa misma mañana, mientras esperábamos un colectivo, comimos una especie de empanadas que vendía una señora en un puesto en la calle. La misma preguntó de donde era, a lo que cuando escuchó Argentina quedó muy sorprendida. De ahí que Yuliya ya me empezó a llamar el “argentino exótico” (vaya uno a saber si eso es bueno o malo).
Bueno, terminamos todos los trámites al medio día, volvimos, comimos y… sí sí, la siesta se hacía reclamar solita. Así que un buen descanso pa’l sueñazón que cargábamos.
Una vez despiertos Yuliya se pasó y me lavó la ropa (que buena falta me hacía) y, más tarde, nos fuimos a hacer un city tour con ella y Ruslan. Visitamos los lugares más emblemáticos de la ciudad, que la verdad me pareció bonita, si bien a ella no le gusta mucho. Ya de noche, antes de volver, pasamos por un súper a comprar algunas cosas para comer y después de vuelta pa’ las casas.
Al otro día tuvimos una serie de actividades culturales como intercambio de música, películas (medio fallido, pero bueh) y hasta clases básicas de ruso. Idioma difícil, por dio’! Y tuvimos también segunda parte del city tour, esta ves con luz del día y, claro, sin que Juancito se olvidara la máquina de fotos en la casa.. ay ay ay… Ese fue el último día en Orsha, al día siguiente salíamos para Minsk. Así que a la noche fue la despedida con la mamá de Yuliya y ordenar todo en la valija.
Yuliya tenía que ir a hacer unos papeles esa mañana, así que le fui encajado al pobre de Ruslan para que me lleve a la estación de tren y esperásemos allí. La estación de Orsha es muy importante, ya que por allí pasan todos los trenes que vienen de Rusia para el occidente, si mal no entendí. Dimos unas vueltas por ahí y Ruslan me hizo de guía esta vez. El asunto es que el tiempo pasaba y Yuliya no llegaba aun… fuimos yendo a comprar los tickets cuando quedaban sólo diez minutos, nueve, ocho, siete, y de pronto por fin llega corriendo. Los compramos y pegamos un pique hasta el tren. Despedida rápida con Ruslan y a los pocos minutos el tren se va… con nosotros adentro por suerte.




El viaje a Minsk no es muy largo, se pasó volando. Llegamos por fin y de la estación de tren nos tomamos directo el metro pa’ la casa de Yuliya. Allí ella comparte un departamento con dos amigas, una de las cuales se va al día siguiente para su casa, así que no será tan trascendente como la otra que nos acompañará todo el tiempo: Olga.
Las chicas nos reciben muy amablemente con té y galletitas. Pero bueno que el tiempo es oro y tenemos mucho para hacer. Se hace oscuro temprano, como en todas partes, así que ya de noche salimos rumbo a la agencia de viajes. En el camino puedo ver la ciudad iluminada que es realmente bellísima. Todas las calles y lugares principales tienen una iluminación espectacular, que hace que se vea todo lindísimo. Pasamos por el monumento a la segunda guerra mundial y después tomamos el metro hasta una zona con edificios top y modernos donde se encuentra la agencia de viajes con la que Yuliya contrató el viaje a San Petersburgo. Tras arreglar todo allí vamos a dar una vuelta por un parque que hay alrededor del río. Allí en el medio hay una capilla en conmemoración a las víctimas de la invasión a Afganistán.







Seguimos bordeando el agua y, tras comer un pancho bielorruso y sacarnos unas fotos en el trineo del Papá Noel ruso (según busqué en español sería “el abuelito frío” y no es navideño, sino de año nuevo) fuimos directo a lo que sería una nueva oortunidad de hacer el ridículo: patinar sobre hielo.
Mi único intento anterior había sido en Leipzig y, si bien sólo tuve una caída, no había sido nada auspicioso. Según me contaba Yuliya el patinaje sobre hielo está súper de moda desde patinando por un sueño, así que como bien era de esperar había muchísima gente y todos buenos patinadores. Uf. Allí nos encontramos con Olga y Tania, otra amiga de Yuliya que también hablaba español. Que bueno. La pista no podía ser más linda, no sólo tenía un ambiente bolichezco, ambiente más vale oscuro, luces de colores y música, sino que estaba pegada al borde del río y desde ahí se podía ver toda la ciudad iluminada, lindísimo realmente. Y bueh, en lo que respecta a mi performance… decorosa? No me caí por lo menos. Las chicas todas expertas patinadoras, así que se iban turnando para agarrar al plomo un rato cada una. Después de eso, de vuelta pa’ las casas, que Olga nos había preparado de comer.



Al día siguiente, pobre Yuliya, tocaba de nuevo city tour. Fuimos por todos los principales lugares de la ciudad, esta vez sin olvidarme la máquina de fotos y de día. La ciudad me sorprendió gratamente. Al menos la zona céntrica (que es la que conocí) se ve súper modernosa, al margen de cuestiones de estilo no se ve muy distinta de cualquier otra ciudad de Europa. Tendré que confesar que volví a refutar nuevamente la hipótesis previa de la ausencia de capitalismo en la zona, los shoppings, mc donalds, bares y demás se ven iguales a los de todas partes.
Conocí en este recorrido el tercer peor trabajo del mundo: cuidador de baño púbico. Lamentablemente no tengo foto, pero el asunto es así. Hay dos unidades de baño público unidas por un cubículo donde trabaja el cuidador. Cada uno debe tener un metro cuadrado y la persona que cuida está sentada entre ambos compartimentos de desechos. De solo pensar en los ruidos que debe escuchar (porno decir nada de los aromas que debe sentir), no caben dudas de que se merece un lugar en la selección.
Al margen de eso, la ciudad es realmente muy linda e imponente. Todos los espacios públicos son grandes y bien cuidados.










El city tour, que por momentos se hacía tortuoso por el frío y la nieve, terminó en un restaurante de comida típica. Buenísima, sin dudas. Después de eso, salir al frío nuevamente y volver, era la última noche en Minsk y al otro día por la tarde partíamos para San Peter.
Yuliya y Olga se mudaban a otro departamento a comienzos del 2010, así que la primera tenía que dejar todo listo para la mudanza antes de irse. Mientras se dedicaba eso Olga me acompaño a hacer las últimas actividades. Conseguir algún que otro souvenir, ir al banco y algunas compras en el súper para las provisiones del viaje, Almorzamos, terminamos de acomodar todo y taxi de por medio nos fuimos a la estación.



Panorámica de despedida