La Ley

A decir verdad, la entrada que hoy nos reúne se suponía que trataría de otra cosa. Porque, claro, el fin de semana que pasó tiñó Viena de colores nostálgicos, abundaron los reencuentros y las nuevas despedidas. Sucede que acá transcurría la reunión de ex alumnos del Master, más la graduación y bueno era la excusa ideal para que algunos ex compañeros se dieran una vueltita por la capital austríaca y nos pusiéramos al día de cómo andaban las cosas. En nuestro caso, tuvimos a Thomas y Julinha como invitados de honor en Hietzing.
Como comentaba, se suponía que el blog de hoy trataría de eso, pero lamentablemente no fue así. El regreso de Thomas a mi vida europea no podía ser otra cosa que el regreso de los incidentes. Si hasta ahora en Viena todo transcurría apaciblemente, la presencia del amigo colombiano nos volvió un poco a la normalidad.
Sábado por la tarde, estamos de paseo en Schonbrunn y nos apuramos a ir a la zona de negocios en Hietzing, rápido, claro, porque los sábados todo cierra como a las cinco. El motivo: comprar un regalo de cumpleaños a Jacqueline, que celebraba el lunes. Bueno, el asunto es que hay muchos negocios y vamos viendo un poco en cada uno, primero compramos una tarjeta y nos cruzamos luego a una perfumería al frente a ver unas cosas. Eran como las cinco menos cinco y todavía queríamos ver otra perfumería, entonces salimos de esta, buscamos por un rato los horarios en la puerta y vemos que cierra a las seis. Vamos a la otra, está cerrada y volvemos a la primera. Ahí nos tomamos un buen rato buscando qué regalar, más el papel y otras huevadas más. Vamos a la caja, pagamos y salimos.
El asunto es que no debemos haber dado diez pasos cuando de repente nos pegan un grito por la espalda al pedido de identificaciones: la ley. Dos policías austríacos sin explicación alguna nos piden identificarnos. Yo no tenía más que el carnet de estudiantes mientras que Thomas, a falta de uno, les entrega dos pasaportes, inglés y colombiano. Miran un rato las cosas y sin mediar explicación alguna nos informan que tenemos que acompañarlos a la comisaría. Ahí se forman las parejas, un cana con cada uno. Thomas va con el de él adelante, recibiendo marca personal: el policía lo lleva agarrado del brazo indicándole con amabilidad militar para donde ir y no ir. Pobre del detenido cuando da un paso de más al llegar al semáforo y se come un cagadón a pedos. Similar a la buena contestación que recibió cuando tras escuchar que por la radio dice “acá llevamos a los sospechosos” pregunta de qué somos sospechados. Mi policía, en cambio, es un tanto más atento: no me toca, no me habla, me mira de reojo nomás.
Llegamos a la comisaría que estaba sólo a un par de cuadras del lugar en cuestión. Allí el policía ortiva va dando las indicaciones de cómo pasar a través de la puerta, a dónde entrar y dónde sentarse. Primero es el turno de Thomas para la inspección: vaciarse los bolsillos, sacarse la campera y quedarse callado sentado. El cana mala onda revisa todo súper minuciosamente, casa papelito de la billetera es analizado. Le preguntan si está registrado en la ciudad, qué por qué motivos está acá y quisió qué más. Mientras tanto el policía simpático está en la computadora tomando nuestros datos y metiéndolos en una base de dato junto con los de otros destacados criminales de nuestro nivel.
Tras el cacheo de rigor se acaba el turno de Thomas y me toca a mí. Bolsillos vacíos, campera afuera. Lleno la mesa con las 30 monedas que tenía, llaves, billetera y celular. Esto último les recuerda a los oficiales que no chusmearon el de Thomas, entonces se lo piden marcan algo y hacen sonar un teléfono. Mientras sigue mi turno con tanta suerte que el cana me pregunta (en alemán, claro) qué si habíamos ido a “Bipa” (el negocio dónde compramos) porque los había llamado una empleada de ahí. Yo, con mi fantástico alemán, intento explicarle la historia de que fuimos, salimos, volvimos a ir, compramos, etc.. No hay más conversación, pero el don consigue dos nuevos documentos en mi billetera: la cédula y el carnet de conducir. Se los pasa al otro que los ve (y me imagino cuánto entiende…) y confirma: coincide la información.
Bueh, el cacheo pa’ mi también y como ya no queda más nada que encontrar me mandan a volver a mi asiento. El policía ortiva va y viene con los documentos, hace fotocopias, mientras el otro boludo se hace el que escribe cosas en la computadora. Por fin, sin mediar disculpa alguna, el milicoide explica que como fuimos al negocio y volvimos a ir la mujer del negocio se asustó, además porque coincidía con la hora cuándo más robos suceden… En fin, que ya estábamos tarde pa’ la fiesta de graduación, así que nos vamos rapidito.
Así que bueno, mayores consecuencias no hubo. Eso sí, el único misterio que quedó pendiente fue que, al volver, el teléfono de Thomás no funcionaba más. No sabemos si se lo habrán interceptado, anulado o quién sabrá qué cosa, pero bueh, por suerte el muchacho tenía aun la línea de Alemania y se ahorró el riesgo de ser rastreado.
El resto del fin de semana transcurrió en orden, con festejos, cumpleaños y de nuevo despedidas. Eso sí, desde entonces se me ha vuelto imposible pasar por cerca de la perfumería sin un escalofrío paranóico…

3 comentarios:

Anónimo dijo...

:)
was a pleasure to be in your company, my dear... even after the troubles with police...

you are my favorite criminal! heheheh
love u, kisses

Unknown dijo...

Unbelievable! =) hahaha

Unknown dijo...

"No me pregunten por qué, pero cada vez que estoy con Juan, mi amigo argentino, tenemos alguna desventura."

La versión de la historia en la Jungla Polaca. (http://bit.ly/a7a0uB)