Sobre Egipto y los egipcios

A diferencia de otros viajes, y de otras anécdotas que no necesitaros de desplazamiento alguno para ocurrir, el paseo por Egipto brilló por su falta de incidentes. No hubo golpes, pérdidas de trenes, intentos de asesinato. Nadie tuvo que ir al hospital, no conocimos ninguna comisaría ni estuvimos perdidos más de lo habitual. A nadie le negaron visas, nadie fue deportado, no conocimos pueblos fantasmas. En fin, que ante tan positivo viaje el panorama para el blog se vuelve sombrío. Porque, cómo escribir entonces algo sobre este viaje sin caer en la cursilería? [“para hacer el poema de un barco sin que se haga sentimental”] Cuando pasan cosas malas es fácil recurrir al humor, la ironía el sarcasmo, pero ahora, muy por el contrario, hay que estar en guardia contra el sentimentalismo, la sensiblería y las reflexiones multiculturales del todo por dos pesos.
Pero bueno, tampoco se asusten, el que no haya un evento en particular que contar tampoco significa que me voy a poner a detallar todo el viaje, a hacer una crónica de Egipto. Eso seguro que no. Que ya hemos aprendidos todos de la experiencia de los inacabables posts de Rusia un año atrás: tan aburridos para el público leerlos como para mi escribirlos.
Pensaba entonces sobre qué valía la pena contar, qué fue lo más llamativo de Egipto. Y sin riesgo a equivocarme, creo que uno puede afirmar con tranquilidad que una de las cosas más lindas del viaje fue la gente. Sí, los egipcios. Claro… que sí, que las pirámides son imponentes, que cómo no, el Nilo es tan simbólico, que obvio que sí, que los templos son impresionantes, las tumbas muy lindas y las momias asquerositas. Pero bueno, al margen de todas las cosas inertes que crean paisajes espectaculares y lo remontan a uno milenios atrás en la historia, hay que reconocer que la gente sobresale. Quizás sea más que nada el contraste, el estar en una parte del mundo donde la gente que no te conoce es ortiva, no sonríe, no te habla… Que de golpe llegar a Egipto te deja pasmau!
Definitivamente, los nenes son lo más. Ni bien llegamos a Luxor, el primer día, caminábamos rumbo al templo de Karnak y pasamos por varios colegios en horario de salida/entrada. En ninguno dejaron de saludarnos los mocosos, practicando sus frases de inglés onda “hello, how are you, what’s your name?” Hasta ahí muy divertido. Pero una vez en el templo ya medio que nos asustamos. El primer impacto fue cuando un malón de unos ocho chicos la encararon a Jacqueline pidiéndole una foto. Estos no eran tan chiquitos como los del cole, habrán tenido como unos 15 años por lo menos y me sacaban varios centímetros. Primero no entendíamos nada y medio entre risas les decimos que sí. Se sacan las fotos con ella, y de golpe un sub grupo de ellos me pide la foto a mi. “Ehhh… bueno… sí…”, manos en los bolsillos, palpando la billetera y controlando que todo quede en su lugar acepto la foto. Boludo yo. Me sacan con sus celulares, Thomas me saca con la cámara de él. Muchas gracias, chau. Nos mirábamos sorprendidos, pero claro, ya con el paso de los días veríamos que sería muy normal que la gente se nos acercara a sacarse fotos. Al otro día, en otro templo, había muchos grupos de chicos del colegio, estos sí, chiquitos. Cada tanto se venía alguno a pedir una foto y los seguían otros. Por momentos el asunto se iba de las manos y tenías 10, 15 pendejitos que se querían hacer la foto con vos. Esto ponía nerviosos a algunos profesores y a otros no tanto. Por ejemplo, mientras uno se me cercaba a darme la lata sobre de dónde era, que qué hacía, etc., su colega iba cagando a rollazos de papel a los nenes en la cabeza para reestablecer el orden. Ah, eso sí, una vez que logró reprimir al malón en su totalidad, se puso a posar él mismo en una foto con Jacqueline.
Otros nenes son un poco menos inocentes. Como el que me vendía marca páginas en Aswán. Nos enredamos en una discusión callejera, que menos, que más, que no, que sí. El mocoso se hacía el enculado, yo me decía “chau” y al ratito me llamaba, que volviera. De vuelta a pelear, subía el tono de voz, se iba, volvía… Yo seguía firme en mi negociación y el también, uno más necio que el otro. Hasta que bueno, tras ver como con la mirada mis amigos me trataban de “abusador” terminé aceptando los términos del enano. Al otro día, mientras cenábamos, otro se me acercó a vender más señaladotes. Yo le tiré un precio y el pendejo me aceptó al segundo. Evidentemente, son todos más vivos que yo.
Pero bueno, que no todo el crédito es para los niños. Adultos los hay que te quieren vender cosas a toda costa, que te dan indicaciones sospechosas o te pelean los precios con cara de orto, pero también los hay muy simpáticos y amables. El señor del hotel en Aswan, enamorado irremediablemente de Jacqueline, fue un claro ejemplo. O, también en esa misma ciudad, el remero que los hizo cruzar el río a Thomás, Jacqueline y nuestro circunstancial amigo argentino, Marcos, sin media una sola libra. El panadero que nos explicó todas las cosas riquísimas por las que le preguntamos y nos regalaba varias para probar. Los muchachos que nos vendieron Shawarma una noche, chochos de intercambiar unas palabras o los mozos del bar del café más caro de Egipto en el templo de Edfu que se morían por conversar de fútbol (eso sí, los muy nabos no conocían a Talleres, de no creer…).
Y bueno, loas y palmas aparte se merece Mohamed. Mi amigo cibernético desde hacía muchos años, fue un anfitrión fantástico en el Cairo. Nos llevó de aquí para allá, nos mostró lugares preciosos, nos hizo de guía con explicaciones históricas y todo, tomamos, comimos, regateamos, caminamos, charlamos, nos reímos. Realmente se pasó e hizo de la estancia en la capital egipcia una experiencia espectacular.
Así que bueno, sí, por supuesto que Egipto como tal es precioso, que hay muchísimas cosas para ver. Que es súper recomendable para hacer turismo, para quedarse mucho tiempo y conocer. Pero creo que la nota de color y el valor agregado de este viaje fueron, justamente, los Egipcios.