Belarús

Bueno, tras una prolongada ausencia (y desesperados reclamos de fieles seguidores) me propongo continuar con la segunda entrega de las vacaciones de invierno. Sabrán disculpar las demoras, pero en estas últimas semanas y las que siguen ando con mucho trabajo para la facu y no pude ponerme a seguir. Ahora no hay más excusas. Eso sí, sabrán disculpar (o aprovechar) que habiendo pasado más de un mes del comienzo del viaje, ahora los recuerdos no son quizás tan vívidos, ni los detalles tan numerosos, pero quien relata hará su mayor esfuerzo por no omitir sucesos de importancia.
Comienzo donde dejé con el último pedazo de blog que me queda escrito en papel de durante el viaje, buena parte escrita en el tren, el resto en Berlín, haciendo tiempo.


La valija pesadita, la mochila un poco también. Me despido del muchacho (que nunca sabré si se llamaba Alex u Oleg o ambos o ninguno). Como un gil ando cargando la maleta entre el hielo y el barro-nieve. Voy a la estación de metro de siempre, pero claro, cargando todo no es tan fácil subir y bajar todas sus escaleras, menos cuando la gente te lleva por delante sin problemas. A todo esto, entre las escaleras, la carga y tener todo el abrigo encima me voy cagando de calor cada vez más.
El asunto es que tras la combinación de metros necesaria llego temprano a la estación de tren. Sé que mi tren es el número nueve y el destino final es Varsovia (Варшава). Voy a chequear en el tablero y, por suerte, estaba primero en la lista: ПУТ 3 ПЛАТФОРМА 2. Me dirijo directamente ahí. Camino un par de vagones pero todos dicen Moscú-Brest. Scheisse, debe ser otro tren que está por salir. Me meto a la estación a esperar. Cuando me siento son las y veinte, así que me propongo volver a salir a las y media. No es mucho, pero como no tengo un carajo para hacer, y mucho menos nadie con quien conversar, los diez minutitos de me hacen eternos.
A las y media, según lo planeado, salgo de nuevo. Voy a la plataforma debida y… el mismo tren. Ahora sí ya me pongo un poco nervioso (como si la falta de seguridad que tenía desde un principio no fuera poco). Le pregunto a la primera vieja que encuentro en la puerta de un vagón si este es el tren que va a Varsovia. La vieja (bueh, no era tan vieja, pero la cara de culo la hace parecer de 60 en vez de 50) me dice en ruso (que entiendo gracias a sus señas) que el tren a Varsovia está más atrás. Sigo caminando entonces hasta que encuentro un vagón con cartelito (¡en letras no cirílicas!) que dice “Varsovia”. Ahí pregunto de nuevo con mi gran ruso: “Varshava?” y escucho lo que quería “Da” (sí).
No veo ninguna encargada en la puerta, así que encaro a un par de gentes que estaban charlando ahí y me habla por fin alguien en ruso “sorry.. eh…”. Se avivan que soy un pobre gil perdido y empiezan a llamar a gritos a una muchacha. Por fin llega… y habla inglés! Le muestro mi boleto, pero claro, yo no voy a Varsovia, sino a Orsha. El boludo por fin entiende que acá cada vagón va pa’ un lugar distinto. Me vuelvo un vagón para atrás y ahí me mandan a volverme dos vagones más para atrás y ahí me encuentro con… la primera vieja! Ahora le digo “Orsha” y empieza a hablar un montón de cosas que ni entiendo. Me pide el billete, el pasaporte (que me lo hace abrir pero ni lo entiende) y sí!! Por fin adentro.
Encuentro mi camarote (si es que esa es la palabra) y encaro. Debe ser un rectángulo de 2 x 3 metros. Cuatro literas, dos abajo, dos arriba. Las dos de abajo ya ocupadas por lo que parece ser una pareja de viejos, muy piolas ahí sentados, tomándose una coquita. Me hablan, a lo que respondo “Ruskiy niet” y bueh, señas amigas. Me facilitan guardar la valija (debajo de la cama de la señora) y ya no entendía como seguía la cosa. Sé que tengo que subirme a mi cama, pero ahí arriba hay dos pseudocolchones enrollados más una pila de colchas. Encaro p’ahí, dudo y el viejo se apiada y saca un colchón y colcha que corresponden a su esposa (quien vive abajo mío).
Mi gran duda ahora no es tanto como ocote debo acomodar esas cosas, sino cómo subirme a esa cama. Dima ya me había dicho que tenía que pisar el colchón de abajo, así que con la vista iba tratando de medir la maniobra que me tocaba. Dudo que me de el cuero, pero para ir ganando tiempo y postergar el papelón me paro con una pata en cada cama y me hago el que acomodo las cosas. Muevo el colchón, la colcha, pongo la mochila y bueh… lo mejor parece ser levantarse con los brazos p’arriba usando las dos camas y, de algún modo, poner el culo en la que corresponde. No me pregunten detalles, porque sinceramente no recuerdo cómo fue pero logré hacerlo y sin papelón.
Así que bueno, ya estoy acomodado: colchón estirado, almohada, la colcha por alguna parte. Veo que en el pasillo hay un guaso mirando por la ventana como nos vamos. Yo no quiero quedar excluido de tan melancólica postal, así que me bajo (total ya sé que la subida la tengo totalmente dominada). Me asomo por la ventana con la mirada extraviada en el horizonte. No quiero perderme un detalle, así que decido correr la cortina y zas! La tiro con caño y todo. El boludo al que quise imitar me mira con cara de nada, ni se inmuta y a los segundos sigue mirando por la ventana. Acomodo la cortina como me sale y.. mejor me vuelvo a la cama.
La vieja inspectora se asoma, pide pasajes, yo lo busco en la mochila, pero para entonces la gilaza ya se fue. Al rato vuelve, estiro mi mano con los pasajes, pero ella habla con los viejos y a mi ni me registra. Bueh, fastidiado de querer hacer el bien sin ser correspondido guardo mi tickete y me pongo a escribir esta crónica. Al rato vuelve la vieja y habla con los viejos. Entiendo sólo una palabra “desyat” que es la que había usado cuando compre mis 10 pasajes de metro. Claro, mi cama es la diez, o sea… estaban hablando de mi! Pero la muy boluda sigue sin mirarme. La señora de la cama de abajo por fin se dirige a mi y le entiendo que me dice del “billet” o algo así. Se lo doy a la ortiva y se va no sin antes dejarnos más sábanas color rosa. No entiendo muy bien para qué sirven ( mi sentido común está en la lona, lo sé). Al rato entra nuestro último compañero, un rubio con olor a cigarillo. Habla con el viejo y acomoda su cama. Empieza a usar las cosas rosas: pa’ la almoahada, el colchón, sábana… Uf, que boludo que soy. Se va. El asunto es que yo ya estoy instalado arriba de mi cucha así sin nada y los señores cada uno echados en su cama, no hay mucha maniobra como para acomodar. Pero bueno, el asunto es que para no parecer tan sucio al final puse como pude las sábanas. Muy habilidoso de mi parte, lo sé, armar la cama teniendo que estar sentado en ella.


Intento de grabar algo en el tren


El viaje fue bastante tranquilo, sobre todo la primera parte. Los viejos de abajo dormían, yo leía y luego casi me duermo, pero justo llegamos a una parada y se cagó el sueño. Después de eso los viejos plomos se despertaron y empezaron a discutir (o por lo menos eso parecía) por el resto del viaje.
Mi gran preocupación era pasarme de la parada, pero a la hora prevista y como me habían predicho mis amigos, la simpática encargada del vagón vino a decirme que estábamos llegando. Bajo a los tumbos y, que bueno, nevaba… Empiezo a buscar con la vista desesperadamente a Yuliya y, uf, ahí está, esperándome puntualmente con su primo Ruslan. Nos tomamos un taxi y vamos para su casa (Yuliya vive habitualmente en Minsk, pero cada tanto vuelve a Orsha a visitar a su familia).
Yuliya es traductora, su primer idioma es inglés, que lo habla obviamente perfecto, pero además habla español e italiano. Lo que yo no sabía era que hablaba el español tan bien. Tras viajar dos veces a España casi parece gallega. Así que, afortunadamente, pudimos hablar en ese idioma todo el tiempo que estuvimos juntos.
Cuando llegamos a la casa allí nos esperaba su madre, quien no hablaba inglés y. como yo tampoco hablaba ruso, Yuliya nos hizo de traductora para poder presentarnos y demás diplomacia. La verdad que durante el resto de los días fue muy divertido cuando intentábamos comunicarnos. En los momentos en que no teníamos traductora oficial recurríamos a diferentes recursos: diccionarios, dibujos, señas, etc. Para Yuliya era divertido, para nosotros un poco frustrante, pero hay que reconocer que si bien no era muy eficiente, al menos nos reíamos un poco.
Bueno, la cosa es que esa noche me esperaban con gran comida gran: borsch, pollo al horno con papas, ensaladas y salame. Fua! Que lindo estar en Orsha. Después de comer nos quedamos charlando un rato, vi un poco del “patinando por un sueño” ruso y a la cama, que ya era tarde y al otro día había que levantarse temprano.
La mañana siguiente no sólo fue larga por la madrugada que pegamos, sino por todo lo que hicimos. Yuliya tenía que hacer unos papeles suyos (pero, a decir verdad, eso fue rápido) y yo tenía que registrarme en Belarús. Para ese trámite fuimos primero a la municipalidad, de ahí a la policía, de ahí nos mandaron a hacerme un seguro de salud, fuimos a una sede del seguro y nos despacharon para otra que estaba bastante lejos, y ahí por fin conseguimos el seguro. De vuelta para la policía, ahí Yuliya me rellenó un formulario y uf, por fin lo conseguimos! Registrado oficialmente en Belarús.
Entre medio de todas las idas y venidas pude ir espiando un poco de la ciudad. Orsha tiene alrededor de 100.000 habitantes si mal no recuerdo. Como muchas zonas de Belarús fue destruida mayoritariamente durante la segunda guerra, así que en líneas generales la ciudad es bastante nueva. Se nota no sólo en los edificios, sino también en la amplitud de los espacios, calles grandes y amplias. Las conmemoraciones de la segunda guerra se pueden encontrar en distintas partes de la ciudad, como así también algún que otro recuerdo de la URSS. Pero a decir verdad, si comparo con lo que había leído antes de ir, bueno, hay que reconocer que más allá de alguna que otra cosa suelta, la nostalgia soviética de la que hablan no era tan así. Al menos por lo que yo pude ver.
Esa misma mañana, mientras esperábamos un colectivo, comimos una especie de empanadas que vendía una señora en un puesto en la calle. La misma preguntó de donde era, a lo que cuando escuchó Argentina quedó muy sorprendida. De ahí que Yuliya ya me empezó a llamar el “argentino exótico” (vaya uno a saber si eso es bueno o malo).
Bueno, terminamos todos los trámites al medio día, volvimos, comimos y… sí sí, la siesta se hacía reclamar solita. Así que un buen descanso pa’l sueñazón que cargábamos.
Una vez despiertos Yuliya se pasó y me lavó la ropa (que buena falta me hacía) y, más tarde, nos fuimos a hacer un city tour con ella y Ruslan. Visitamos los lugares más emblemáticos de la ciudad, que la verdad me pareció bonita, si bien a ella no le gusta mucho. Ya de noche, antes de volver, pasamos por un súper a comprar algunas cosas para comer y después de vuelta pa’ las casas.
Al otro día tuvimos una serie de actividades culturales como intercambio de música, películas (medio fallido, pero bueh) y hasta clases básicas de ruso. Idioma difícil, por dio’! Y tuvimos también segunda parte del city tour, esta ves con luz del día y, claro, sin que Juancito se olvidara la máquina de fotos en la casa.. ay ay ay… Ese fue el último día en Orsha, al día siguiente salíamos para Minsk. Así que a la noche fue la despedida con la mamá de Yuliya y ordenar todo en la valija.
Yuliya tenía que ir a hacer unos papeles esa mañana, así que le fui encajado al pobre de Ruslan para que me lleve a la estación de tren y esperásemos allí. La estación de Orsha es muy importante, ya que por allí pasan todos los trenes que vienen de Rusia para el occidente, si mal no entendí. Dimos unas vueltas por ahí y Ruslan me hizo de guía esta vez. El asunto es que el tiempo pasaba y Yuliya no llegaba aun… fuimos yendo a comprar los tickets cuando quedaban sólo diez minutos, nueve, ocho, siete, y de pronto por fin llega corriendo. Los compramos y pegamos un pique hasta el tren. Despedida rápida con Ruslan y a los pocos minutos el tren se va… con nosotros adentro por suerte.




El viaje a Minsk no es muy largo, se pasó volando. Llegamos por fin y de la estación de tren nos tomamos directo el metro pa’ la casa de Yuliya. Allí ella comparte un departamento con dos amigas, una de las cuales se va al día siguiente para su casa, así que no será tan trascendente como la otra que nos acompañará todo el tiempo: Olga.
Las chicas nos reciben muy amablemente con té y galletitas. Pero bueno que el tiempo es oro y tenemos mucho para hacer. Se hace oscuro temprano, como en todas partes, así que ya de noche salimos rumbo a la agencia de viajes. En el camino puedo ver la ciudad iluminada que es realmente bellísima. Todas las calles y lugares principales tienen una iluminación espectacular, que hace que se vea todo lindísimo. Pasamos por el monumento a la segunda guerra mundial y después tomamos el metro hasta una zona con edificios top y modernos donde se encuentra la agencia de viajes con la que Yuliya contrató el viaje a San Petersburgo. Tras arreglar todo allí vamos a dar una vuelta por un parque que hay alrededor del río. Allí en el medio hay una capilla en conmemoración a las víctimas de la invasión a Afganistán.







Seguimos bordeando el agua y, tras comer un pancho bielorruso y sacarnos unas fotos en el trineo del Papá Noel ruso (según busqué en español sería “el abuelito frío” y no es navideño, sino de año nuevo) fuimos directo a lo que sería una nueva oortunidad de hacer el ridículo: patinar sobre hielo.
Mi único intento anterior había sido en Leipzig y, si bien sólo tuve una caída, no había sido nada auspicioso. Según me contaba Yuliya el patinaje sobre hielo está súper de moda desde patinando por un sueño, así que como bien era de esperar había muchísima gente y todos buenos patinadores. Uf. Allí nos encontramos con Olga y Tania, otra amiga de Yuliya que también hablaba español. Que bueno. La pista no podía ser más linda, no sólo tenía un ambiente bolichezco, ambiente más vale oscuro, luces de colores y música, sino que estaba pegada al borde del río y desde ahí se podía ver toda la ciudad iluminada, lindísimo realmente. Y bueh, en lo que respecta a mi performance… decorosa? No me caí por lo menos. Las chicas todas expertas patinadoras, así que se iban turnando para agarrar al plomo un rato cada una. Después de eso, de vuelta pa’ las casas, que Olga nos había preparado de comer.



Al día siguiente, pobre Yuliya, tocaba de nuevo city tour. Fuimos por todos los principales lugares de la ciudad, esta vez sin olvidarme la máquina de fotos y de día. La ciudad me sorprendió gratamente. Al menos la zona céntrica (que es la que conocí) se ve súper modernosa, al margen de cuestiones de estilo no se ve muy distinta de cualquier otra ciudad de Europa. Tendré que confesar que volví a refutar nuevamente la hipótesis previa de la ausencia de capitalismo en la zona, los shoppings, mc donalds, bares y demás se ven iguales a los de todas partes.
Conocí en este recorrido el tercer peor trabajo del mundo: cuidador de baño púbico. Lamentablemente no tengo foto, pero el asunto es así. Hay dos unidades de baño público unidas por un cubículo donde trabaja el cuidador. Cada uno debe tener un metro cuadrado y la persona que cuida está sentada entre ambos compartimentos de desechos. De solo pensar en los ruidos que debe escuchar (porno decir nada de los aromas que debe sentir), no caben dudas de que se merece un lugar en la selección.
Al margen de eso, la ciudad es realmente muy linda e imponente. Todos los espacios públicos son grandes y bien cuidados.










El city tour, que por momentos se hacía tortuoso por el frío y la nieve, terminó en un restaurante de comida típica. Buenísima, sin dudas. Después de eso, salir al frío nuevamente y volver, era la última noche en Minsk y al otro día por la tarde partíamos para San Peter.
Yuliya y Olga se mudaban a otro departamento a comienzos del 2010, así que la primera tenía que dejar todo listo para la mudanza antes de irse. Mientras se dedicaba eso Olga me acompaño a hacer las últimas actividades. Conseguir algún que otro souvenir, ir al banco y algunas compras en el súper para las provisiones del viaje, Almorzamos, terminamos de acomodar todo y taxi de por medio nos fuimos a la estación.



Panorámica de despedida

2 comentarios:

Abuelo Oscar dijo...

Bien Ivan, un relato minucioso y placentero de tu anadanzas por la ex URSS. Las tiradas de cortinas y las filmaciones parkinsonianas son herederitarias, no te culpes por eso!
Muy lindas y amables tus compañeras y los paisajes de locura. Siga así que si pasea mucho mas de lo que estudia se quedará de año y en 2001 tendrá que repetir Leipzig.
Un abrazo grandote de TU ABUELO!

Abuelo Oscar dijo...

Fe de errata; Donde dice 2001 debe decir 2011,