1, 2... 3

Primero, fue Patrick. Cuando el austríaco que pocas líneas de atención merece en tan importante blog decidió esfumarse, vino Thomas. Este último, sí, merecedor de elogios y algunos centímetros más de protagonismo. El alemán era el vecino ideal: se iba todas las mañanas a las seis en punto y no volvía sino hasta las tres de la tarde, hora a la que de inmediato se iba a dormir una siesta. Sumémosle que los viernes no volvía, se iba a su casa y reaparecía recién el domingo tarde en la noche. En síntesis, que casi no estaba en la casa y que cuando estaba ni se notaba. Tenía una mano excelente para limpiar el baño (sí, bastante mejor que la mía, he de admitir) y la convivencia no demandaba demasiado esfuerzo: por lo general una charla medianamente prolongada los domingos cuando volvía y alguna que otra durante la semana. Nada más. No pedía nada y a cambio se bancó que lo mandara al frente con la inspectora de la televisión, llegar a la casa invadida por bomberos y policías, o mis encargos de descongelar la heladera o hacer ver la ducha mientras me encontraba ausente por turismo. Pero claro, lo bueno no dura mucho, y para finales de marzo Thomas se fue. Pero no, no es como piensa el lector, se fue porque así lo tenía planeado, no huyendo de mí.
Por unos días el cuarto quedó vacío. Y claro, la incertidumbre de saber quién sería el tercer vecino de esta fantástica saga. Pero no duraría mucho, porque un buen día suena la puerta, la abren de prepo y aparece el encargado del edificio cargando colchas y almohada. Se manda al cuarto del vecino. Yo, haciendo gala de mi fantástico alemán, le pregunto que cuando viene el vecino, a lo que el don me responde “Es una ella”, o algo así. Pero cuándo! Un domingo al parecer. Así que sería vecina.
Quedaban un par de días aun, así que no me había dispuesto a limpiar un poco la casa hasta que fuera estrictamente necesario. Pero un viernes por la noche… cerradura. La puerta se abre y aparece… un chino. Ni mujer, ni el domingo. Pocas cualidades de buchón el gil del Hausmeister.
El muchacho se presenta, se llama Hao, es Chino, pero viene de Francia. Sí, sí, mucha cara de francés tenés vos, pensé… Pero bueno, más tarde me comentaría que llevaba tres años viviendo en Francia, así que lo perdonamos… hasta que el tema volvió a surgir. Dana, que estudió chino muchos años, un día se puso a hablarle en “su” lengua. El muchacho le respondió un par de cosas y de golpe la cortó en seco con inglés, diciéndole que el venía de Francia. Oulalá!
Fuera de eso, he de admitir que no lo conozco mucho. Tiene una máquina de cocinar arroz que es su utensilio (agradezco a mis compañeros latinoamericanos por hacerme entender que no es utensillo) favorito, único y universal. No es muy fanático de limpiar el baño. Nuestras conversaciones se limitan a hola, cómo estás, bien. Así que bueno, a ver que pasa….
Pero, eso sí, que este no será el último capítulo. Como todo en esta vida, Hao viene con fecha de caducidad, y ya me contó que se quedaba sólo por tres meses. Así que, sí, sí, como para no aburrirnos, habrá cuarto.

Retazos de Marzo

Reencuentro en Berlín. Abuela, que por brazo en recuperación es transportada en silla de ruedas, hace su entrada en la zona de arrivals. Cara de nervios, rayando la desesperación, hasta que diez segundos después de su aparición es interceptada por el nieto. Casa en Berlín oriental con Juan Carlos y María Elena. Piano piano si va lontano y sin pausa pero sin prisa nos recorremos toda la city. Por las tardes, tiemblan las panaderías. Por las noches los pies cansados. Ah, y Marx es de Talleres. Una semana que se pasa volando, y volando también se van de madrugada los españoles truchos. Los argentinos, tras una espera en la calle, se van en tren.
Leipzig es descanso y city tour. Y cenas… Una muy yanqui, con Dana y su familia, con unos que sólo hablan inglés y otra que sólo habla español. Claro, el gil que habla ambos traduce y termina cansado y con dolor de cabeza. Después vendrá Dresden, que de tanto caminar y comer, hará merma en el estómago de algunos. Eso nos lleva a la segunda cena. Ahora sí, en español. Especialidades colombianas a cargo de Mauricio y, por fin, algún que otro alfajor de postre. Pero no todo es placer, que la noche del viernes nos aguarda la ópera. Un acto, dos actos, tres actos… cuatro actos! Y claro, otra cena para pasar el mal trago. Esta vez afuera, pero idénticos comensales.
En Munich hace frío, y mucho. No faltará alguna mañana atrapados bajo las colchas viendo nevar por unas horas. Pero eso no acobarda, así que cada día paso obligado por el pequeño Estambul de la Goethestrasse y recorrido nuevo por il Monaco di Baviera. El frío da hambre y comer sed, así que a no perderse la famosa cervecería de la ciudad. Y, claro, muñecas, de porcelana eso sí; no no, no made in Taiwán, amasadas por alemanes, de porcelana y arias las queremos.
De vuelta en Leipzig, ahora la combinación es descanso y shopping. Tiemblan los escaparates, que hay que llevar regalos a Córdoba. Tiembla el nieto, que ahora no es ópera, pero concierto sinfónico. Tiemblan las valijas, que al otro día vuelan a Colonia.
Allí no permanecen mucho. Se pierden de conocer la catedral porque las dejan encerradas en el hotel, pero ya, al otro día, vuelta a rodar y se van a Bruselas.
En las calles de la capital belga no se pasa hambre. Papas fritas, cerveza, waffles, chocolates y mejillones componen la fauna autóctona. Tampoco hay hambre detrás de la puerta del hogar, sólo un poco de confusión con los electrodomésticos. Y la puerta de la ducha, que te encierra. Los souvenires se compran en Gante, los bombones en Brujas, pero cuando llega el turno de Amberes, bueno, salió ganando la que prefirió quedarse durmiendo.
Ni el Thalys que se demora, ni el taxista que te estafa, ninguno impedirá llegar al cuarto de hotel con vista al canal en Amsterdam. La capital de Holanda, donde no hay holandeses. O no los ves. Lo que si ven algunas abuelas son los sex shops. Porque claro, si la psicóloga te pide un souvenir erótico, como no darle con el gusto. Pero claro, que lo compre ella. No, no, que yo no voy a comprar un vibrador. Compralo vos. Ok, no habrá souvenir. Sólo bulbos de flores, por un total de 3kg y algunos imanes que venden en las calles. Calles que, claro, deben ser limpiadas. Explicárselo a la abuela que no habla holandés, pero le declara la guerra al auto-manguera que la hartó a bocinazos para que se corriera del camino y la dejara limpiar. Como siempre, ganan los agentes del gobierno.
De regreso a Leipzig. Ahora es sólo descanso. Si así se puede catalogar al armar valijas que revientan. La cuenta regresiva. Adiós a los residentes de Leipzig. A tomar el tren. Que llega tarde. Y que está lleno. Aeropuerto de Berlín, donde todo empezó, todo termina. Chek-in. Té con torta final. Que nunca me gustaron las despedidas. De vuelta a la estación de tren. Pero el tren se fue antes que el pasajero. El pajero espera. Dos horas. Llega a la casa. De nuevo vacía. De vuelta a empezar.

A través del espejo

Este blog fue creado como una bisagra, como un engranaje que vendría a comunicar lo que aparecía como dos lugares/tiempos disociados: Córdoba y Leipzig, Argentina y Alemania. En el mismo, he intentado en mayor o menor medida escribir distintas situaciones que me van tocando vivir para que mis familiares y amigos en la Docta pudieran enterarse más o menos de lo que aquí acontece. Era una especie de pantalla que permitía a los de allá ver lo que pasaba acá, una especie de vínculo entre dos lugares sin yuxtaposición.
Visto así, hasta el momento este blog fue una suerte de ventana, donde nuevos acontecimientos eran presentados a la audiencia. Pero claro, ante la presente actualización del blog me encuentro con un problema totalmente novedoso. Del mismo modo en el que Alicia un buen día, cansada con mirar lo que aparece en el espejo decide atravesarlo, durante el último mes me he encontrado en compañía de un personaje autóctono de Córdoba, más no de Leipzig. De allí mis problemas: ¿Cómo contarles por primera vez a los lectores sobre alguien que ya conocen? ¿Cómo escribir sobre quien hasta el momento era una más de los lectores? ¿Sería necesario presentarla, decir que es mi abuela paterna, dar nombres, edad o describir su fisonomía? He de confesar que este blog, especie de puerta entre dos dimensiones, se haya un poco confundido. De algún modo los recipientes se han revuelto y los contenidos mezclado.
Pero bien, si desde la perspectiva del narrador el trabajo adquiere tonos enrarecidos, creo que desde la de quien cruzó el espejo, serían más bien asombrosos ¿O quién se atrevería a negar que no hay algo de magia en poder ser parte del cuento que se ha leído? Imagínense: conocer la tabla de plástico que dio paso a la intervención de los bomberos; viajar en el tranvía número 16; tomar un tren en la estación principal; cenar y conversar con los protagonistas de diversas historias… En fin, para poder comprender todo aquello necesitaríamos el relato de quién lo ha vivido, quien se dedica a la redacción de este blog no se atrevería a tanto.
Así que volviendo a lo que me compete, no sé si hay mucho más que decir. Ha sido un mes raro, pero muy lindo. Ha sido estar en contacto no sólo con una persona, sino que a través de ella con todo un mundo y ha sido también, al mismo tiempo, aprender a compartir el mío. Porque claro, por más romántico que suene el cuento hasta el momento, no vamos a negar que en eso de convivir las 24 horas no hay que aprender a compartir… y bastante!
En fin, haciendo uso de cierta lógica televisiva, aprovecho y le mando un gran abrazo a mi acompañante de marzo que en estos momentos debe estar llegando a casa. Y pa’ los chusmas, bueh, que en el próximo post vienen los detalles del periplo.