Moscú

Llegada a Moscú
Salgo el domingo a la mañana, con varias horas de antelación, confiado en que algún moco me iba a mandar. La ciudad está nevada, “que lindo”, así que arrastrar mi valija no es tan fácil. Me tomo el tranvía (casi vacío) y voy hasta la estación de trenes. Ahí me tengo que comprar un pasaje para el tren que me llevará hasta el aeropuerto. Como en Alemania se esfuerzan para reducir la existencia de empleados de carne y huesos al mínimo, me tocaba comprar el ticket en una máquina. Por suerte se podía poner en español, así que encontrar el pasaje fue fácil. El único problema era pagar. Tenía mi tarjeta de débito y luego de ponerla me decía algo en alemán que no entendí. Apretaba botones y nada… Tras insistir un par de veces, y a punto de entrar en desesperación por no poder ir al aeropuerto, me ilumino y descubro que lo que me está pidiendo es mi código… bueh, che, que era la primera vez que la usaba. Todo en orden, me compro un par de facturas en la Hauptbanhof y arriba del tren.
Llego tempranísimo al check-in, así que aprovecho que no hay fila. Ahí todo marcha bien hasta que la meticha de la empleada de mi aerolíneas (Blue Wings… una aerolíneas que se especializa en vuelos de Alemania a la ex URSS y medio oriente…ajá) me empieza a hacer lío por los pasaportes. Le explico que salgo con el de Italia, que entro con el de Argentina y bla bla, no está convencida, llama por teléfono a alguien y bueh, Juancito was right.
Como estaba temprano me quedo un buen rato esperando por ahí, rodeado cada vez de más rusos. Paso los controles de seguridad y me encuentro con un mar de rusos esperando el vuelo. Por fin nos podemos subir, a mi me toca asiento de por medio con un viejo que no habla nada y se concentra en leer su diario. Para mi sorpresa todas las cosas del avión estaban escritas en español, lo que sumado a lo poco que conozco de mi aerolíneas no me deja muy tranquilo. Pero el vuelo está muy bien, y hasta ligo almuerzo. El viaje dura como unas tres horas calculo io y sha estamos en Moscú. A punto de aterrizar me vuelven los pensamiento de antes de Salir… “qué carajo hago yo acá!”
Una vez en el aeropuerto me controlan el pasaporte. La simpática policía rusa me lo retiene un buen rato, lo mira, re mira, re contra mira, llama a otros para que lo miren, hablan… a mi no me dicen un carajo, pero bueh, tras un buen rato de análisis se decide por fin a sellarlo y ya estoy adentro. Pruebo mi celular, que por suerte funciona, y tras llevarme por accidente una valija que no era la mía (el dueño se me avalanzó y la reclamó con simpatía) ya estoy en Moscú. Si bien ya tenía perfectamente estudiado el camino hasta el hostel, bueno, no todos los detalles eran de mi conocimiento. Me voy a la mesa de información a preguntar de dónde salían los colectivos que me llevarían a la otra terminal del aeropuerto. Un señor me manda a hablar con una chica que supuestamente habla inglés… habla, pero para el culo, no le hace mucha gracias que no lo entiendo muy bien, pero al final ya sé pa’ donde tengo que ir. El asunto es que hay varios bondis juntos, intento preguntarle a un chofer y me manda a uno que esté al fondo. Le pregunto si es, el señor no me entiende un carajo y me manda a que pregunte adentro del colectivo. Me subo y largo un “Anyone speaks english?”, tras una pausa casi mortal, una chica tímidamente levanta la mano, le pregunto y me dice que sí, que estoy bien. Uf!
La entrada a la otra terminal del aeropuerto está llenísima de gente. Tardamos como media hora en total. En el aeropuerto cambio plata en una máquina. Uno mete los euros, le calcula cuando le van a cambiar y acepta. El asunto es que es media lenteja la maquinita y uno traspira la gota gorda cuando deja de hacer ruidos y la plata todavía se demora en salir.
Una vez con mi plata en la mano empiezo a buscar el lugar de donde sale el tren para la ciudad. En Moscú no parecen haber mosquitos, pero sí taxistas, que te acosan por todo el aeropuerto ofreciéndote llevarte. Pero no, yo lo quiero complicado, así que voy siguiendo las señalizaciones del tren. Cuando por fin llego no hay problema pa’ comprar el ticket, pero, je, faltan cuarenta minutos para que salga el tren. Me siento a esperar, por suerte recibo llamada sorpresa de mi padre que en ese momento me alegra, pero unos días más tarde cuando ya no tenga más crédito no voy a estar tan contento. Bueno, me tomo el tren, sin problemas, tarda nos 35 minutos hasta llegar a la estación de tren Belaruskaya (o algo así). Ahí voy a tener que volver a comprar mi pasaje de tren a Belarús, así que trato de abrir grande los ojos. Igual, no entiendo un carajo, así que voy siguiendo atentamente las señalizaciones de la entrada al metro mejor.
Llego a la ventanilla y yo, muy precavido, me había estudiado la frase que tenía que usar para comprar diez pasajes. “Desyat nosequé pashalsta”, tenía que decir. Como no confiaba mucho en mi pronunciación lo complementé con mis manitos haciendo diez. La señora de la casilla habló en ruso, obvio, y me señalaba una lista con los tickets. Compruebo que el de diez viajes existía e insisto: “desyat” y vuelvo a mover mis deditos, la señora me vuelve a mostrar la lista, “desyat” y dos veces cinco ahora con la mano… de vuelta la lista, un señor de al lado dice algo, claro, todo en ruso, total… Hasta que me avivo que lo que quiere la doña es el dinero. Veo el precio, “tome”, me da la tarjeta y a la bosta. Me meto al metro, voy con un planito que responsablemente me había impreso antes de salir, la conexión de trenes me sale bien, llego a la estación que busco y casi salgo perfectamente bien a la calle, sólo del lado del frente. Ese día en el metro fue el único momento en el que me sentí no tan seguro, digamos. Mientras buscaba la salida había un grupo de jóvenes que, como dicen las señoras de barrio que miran muchos noticieros, deberían de haber estado borrachos o drogados. Yo les paso por el lado y de golpe uno se me viene al humo y me dice algo. Yo con mi mejor cara de no tengo miedo no respondo nada (como si pudiera) y sigo caminando. Eso fue todo. Que lugar tranquilo Moscú!
Como relataba anteriormente, salí a al calle que, por-su, estaba nevada. Las rueditas de la valija no estaban en su salsa, pero hay que reconocer que se portaron muy bien. Tras caminar un par de cuadras, cruzar la calle y media cuadra más llego a mi “hostel.” Las comillas se deben a que en realidad mi alojamiento no era el típico hostel. Se trataba más bien de un departamento que tenía varías habitaciones con varias camas y te alquilaban una por un módico precio. El precio para ser Moscú era modiquísimo y la ubicación genial, estaba a unos quince minutos caminando de la Plaza Roja. Entro al lugar y me da la bienvenida alguien que se presenta como Alex. El muchacho pensaba que me había perdido, porque claro, ya eran como las 22.30. Me había tomado unas cuatro horas llegar al hostel, pero perdido, nunca!
Me voy directo a la cama, tras hablar por la computadora a casa, como es debido. Tras un rato de insomnio escucho que llegan los compañeros de cuarto. Estaba muy cansado para hacerme el simpático y conversar, así que procuro parecer aun dormido. Ya habrá oportunidad de conocerse.


Moscú: Día 1
Me despierto por mi celular. Este día se suponía que me encontraría con mi amigo Dimitri (Dima), el vive en Tula, una ciudad cercana a Moscú, pero me había mandado un mensaje diciendo que por causa de una tormenta de nieve no iba a poder venir, entonces lo dejamos para el día siguiente. Traté, entonces, de dormir un rato más, pero ya no podía. Me cambio, me tomo un tecito en la cocina, veo por la ventana y, al parecer, la tormenta de nieve no era cosa de Moscú. Así me dispongo a irme, cuando estoy por salir aparecer un muchacho que sale de la pieza. Pide disculpas por el ruido de la noche, yo me mando la parte de que ni lo escuché. Saludos, saludos y me voy.
Lo primero que noto es que hay muchísima nieve por todas partes, así que hay que tratar de ir pisando por donde ya pisaron otros para que sea más fácil. La zona donde estaba el hostel es una zona muy linda y muy vieja de Moscú, está protegida como patrimonio, entonces no se pueden construir cosas modernosas. Está muy bien conservada y llena de edificios muy bonitos.
El asunto es que todo mi camino va bien hasta que llego a la primera calle importante que quiero cruzar. No hay semáforos y la calle es enorme. Lo único con pinta de poder cruzar que veo es la entrada al metro, pero claro, no quería ir al metro, sólo cruzar. Empiezo a caminar entonces por el costado de la calle, a ver si encuentro un semáforo. Hago un par de largas cuadras y nada. Por fin me encuentro con lo que parece ser otra entrada del metro, ahora sí me meto y, efectivamente, servía para cruzar la calle.
Camino un par de cuadras más y cha chan cha chan llego a la Plaza Roja. Qué emoción, pero qué nieve! No se veía un ocote de tanto que estaba nevando, hago algunas fotos, algún video, pero no se puede ver mucho. A las evidencias me remito:



La cosa es que la entrada al Kremlin, quien lo diría, no da a la Plaza Roja, sino que hay que pegar un bonito rodeo. Doy la vuelta como corresponde caminando en medio de mucha nieve que cubre todo. Llego al lugar de las entradas, compro una para el Kremlin y otra para la Armería (un museo ahí adentro), a pesar del inglés de la señora que vende (que no duda en enojarse porque no le entiendo del todo) logro deducir pa’ donde tengo que ir. Camino otro buen tramo por la nieve, en medio de lo que sería un parque así que ni parte sólida para pisar hay. Por fin llego a la entrada y ahí un amable cana ruso me dice que no puedo entrar con la mochila y me hace todo un tratado de señas explicándome a dónde tengo que ir a dejarla. Me vuelvo. En el camino pregunto en otro puesto de entradas que descubro (no le entendí un carajo al cana que me explicó en la entrada de la armería). Por fin me encuentro una persona amable! Sale del edificio y me muestra el camino y… hasta hablaba inglés! (choto, obvio, pero inglés al fin). El maldito lugar resulta ser un sucuho escondido debajo de las escaleras que subí para comprar las entradas. No es más que una ventana cerrada, que abren cuando se acerca algún gil con cara de turista para dejar sus cosas. Bueh, dejo la mochila y me vuelvo a caminar todo p’ atrás. Ahora por fin, sí, puedo entrar. La armería es una especie de museo, súper interesante, que tiene un montón de objetos de la época de lo zares, desde joyas hasta carruajes. Mientras voy viendo todo cada tanto me asomo a la ventana y veo el nievezón que está cayendo. Que lindo estar adentro.
Bueno, la visita se acaba y ya no queda más remedio que salir. Sin haber cenado ni desayunado el hambre ya se había hecho presente. Voy ilusionado a la salida del museo, esperando algún lugar donde comprar algo, pero no… Sólo souvenirs, ninguno comestible. Voy nomás para el Kremlin. Visitar este último, he de reconocer, es un poco decepcionante. Tras cruzar las místicas paredes rojas con sus torres uno no tiene mucho pa’ joder. Unas cuantas iglesitas, un cañón, un campanón y bueh, that’s all. A lo lejos se puede ver la Duma, el palacio de gobierno. No mucho más. Todo, pero todo, lleno de nieve, obvio.
Ante el blanco panorama fue que comencé mi reflexión sobre los peores trabajos del mundo, todos los cuales pude encontrar en esta parte del globo. El primero de ellos me vino a la cabeza en ese momento, en el Kremlin, es el de limpiadores de nieve. Por todo Moscú habían escuadrones de personas que sólo armados de precarias palas se dedicaban a pasarse el día en la intemperie corriendo la nieve de lugares públicos. Intenté hacer un video, pero en ese momento no había más que un limpiador. En la cotidianeidad, en realidad, se encontraban un montón.



Bueno, una vez terminada la visita el hambre se había apoderado de mi totalmente. Recordaba haber viso un Mc Donalds cuando iba para la Armería, así que emprendí larga caminata hacia allá… pero nada. Me vuelvo, con los ojos bien abiertos y atentos y ahora noto que el Mc Donals estaba cerquísima de la entrada del Kremlin. En fin, ya no me importaba nada, sólo quería comer. Entro y me encuentro con que estaba totalmente lleno, un montón de gente haciendo fila, todo empapado por la nieve derretida de los zapatos y asfixiante. Con todo el dolor del alma termino saliendo. Doy unas buenas vueltas a ver si encuentro algo más, pero nada que pudiera comer y supiera cómo pedirlo o de qué se trataba. Sabía que había un Mc Donalds cerca del hostel, así que me vuelvo hasta allá. Bastante gente, pero bueh, no había más opciones. Sería el primer almuerzo de una larga racha de comidas en Mc Donalds, qué alegría… pero bueh, al menos podía comer. Encuentro de pedo un triste banquito en una mesa contra la pared, me siento ahí. Cómo será que estaba de aburrido que me pongo a tratar de leer el papel de la bandeja y, cha chan, descubro “Kartofel”, casi como en alemán! Mi vocabulario macdonalezco se iba ampliando.
Salgo de Mc Donalds decidido a hacer un recorrido caminando que tenía en mi mapa. Lo logro a medias, pero la verdad que no sé quién fue el tarado que lo diseñó, no había nada muy interesante por la zona. Y para colmo de males no sólo todo lleno de nieve, sino que también parte con hielo. Como no podía ser de otro modo, en ese contexto fue el momento que más cerca estuve de caerme en Moscú. Me pegué un resbaladón y cuando ya me estaba viendo en el piso no sé de dónde salio una pared que me agarró de la mano y uf! Zafé.
Antes y después de la caminata pasé por un punte que tenía una vista muy bonita de la plaza roja.



Pero claro, a la vuelta quería sacar las fotos de noche, pero aun era de día, así que fui hasta la plaza Roja, me metí en los almacenes GUM para hacer un poco de tiempo y descansar de tanta caminata peligrosa sobre el hielo. Estos almacenes, en la época de la URSS eran lugar de compra del proletariado, ahora, por el contrario, son lo más de lo más, un Shopping sumamente caté con las mejores marcas.





La cosa es que cuando salgo de ahí ya oscureció. Me vuelvo al puente a hacer las fotos de noche y para mi alegría… no había mucha luz en el Kremlin y compañía. Mah si! Vuelvo a la Plaza Roja, saco unas fotos. Los adoquines resbalosos terriblemente, para variar. Doy unas vueltas y ya no doy más, me vuelvo pa’l hostel.
Lo primero que hago es ir a ducharme. Mientras me baño escucho algo así como efusivos timbres y teléfonos, muchas veces. Primero, estoy en el baño, segundo, no es mi casa, cómo voy a atender. Termino de bañarme, me cambio, etc y siento varias voces. Se trataba del Australiano que volvía y le había abierto la vecina tras estar 1 hora intentando entrar. Por la nieve le habían cancelado el vuelo hasta el jueves. Nos quedamos charlando, de lo más piola el guaso. Lo único que me llamó la atención fue que cuando hablaba del dueño del hogar le decía Oleg. Mmm… ahí me perdí totalmente, y ya evité tener que decirle por el nombre. En principio pensé que quizás había algún otro administrador. Después ya ni sabía si me había equivocado yo o que… así que me llamé a silencio. Después llega otra inquilina, una yanqui, muy piola también. Vemos un par de pelis y a dormir.

Algunas fotos


Moscú: Día 2
Hoy sí me encuentro con Dima. Me busca por el hostel y regala un par de tortas autóctonas de Tula (juro que pregunté si aguantaban hasta septiembre –como las galesas, vio, que duran mucho- pero me dijo que no durarían más de un mes, así que lo-la, pero me las tendré que comer en Alemania).
Era cerca del medio día y… adivinad a dónde quería comer el amigo. Obvio, MD, pero bueno, no podía decir nada, así que que sea otro Big Mac.
Después del nutritivo almuerzo fuimos a hacer algo muy importante, comprar el pasaje de tren para Belarús. Yo sabía llegar hasta la estación de tren pero, no mucho más. La verdad que no sé cómo habría hecho sin su ayuda, porque ahí todo estaba en ruso y no mucha gente hablaba inglés. Tuvimos que esperar un rato a una señora que se demoró bastante (pero claro, qué se yo por qué) y por fin ya tenía mi pasaje. Me tradujo todo lo importante y hasta fuimos al lugar de donde tendría que salir el tren para asegurarme que no me perdería (sí, sí, bien de mogólico la explicación).
Pero bueno, show must go on, y había que seguir de turismo. Tras insistir un poco me salí con la mía y fuimos al museo de la gran guerra patria (la segunda guerra mundial). Antes de la entrada se pasa por una plaza enorme, pero claro, llenísima de nieve y, of course, resbalosa. A esta altura ya tenía las rodillas peor que Nadal y había descubierto músculos a sus alrededores que ni siquiera sabía que existían.
El museo estaba muy bueno y vacío, genial. Tras prolongada visita nos vamos a tomar el metro. Dima había quedado de encontrarse con una amiga que vive en Moscú, Tatiana (se ve que quería dividir el peso de soportarme). Tras las necesarias combinaciones de metro nos encontramos y, ahora sí, me dan con el gusto de ir a comer a un lugar de comida rusa. Comí borsch (un tipo de sopa típico) y algo muy parecido a los pirogui de Polonia, una especie de ravioles rellenos de papa y cebolla, muy buenos. Tome también “kvass”, una bebida hecha a base de pan fermentado que, a pesar de la descripción, estaba buena.
Tras la cena, de vuelta al hostel, ahí me esperaban los amigos para ver Narnia… El aburrimiento, el sueño y el cansancio se complotan para impedirme ver tan buen filme. Me gua’la cama y entre sueños me despido de la yanqui que se volvía pa´ sus pagos.



Moscú: Día 3

Arriba temprano, el té nuestro de cada día y a la calle. Notablemente había bastante menos nieve y el frío está más tolerable. Voy al museo de historia contemporánea, una de las cosas que más me gustó visitar. Iba desde el final de la época de los zares hasta Putin. Súper interesante, estuve como tres horas, y eso que la información en inglés era mínima.
Acá empecé a elaborar mi segunda categoría de peor trabajo del mundo: el de las “cuida-salas” de museos. En todos los museos que fui de Rusia uno se encuentra con señoras que se dedican a velar por el orden del salón que les ha tocado cuidar. Se pasan todo el día ahí, con una silla por su única pertenencia, viendo todo el tiempo la misma exposición y pasar visitantes. No sé cómo harán para que se les pase el día, realmente. A todo esto, ni siquiera es que pueden ofrecer alguna explicación sobre lo expuesto, o contarte un poco de historia, no, nada, son sólo un elemento represivo de fotografías y malas conductas.
A la salida del museo, con hambre obvio, me dejo tentar por la M dorada una vez más. En realidad no era tanto tentación, sino superviviencia. Sabía qué vendían y ahora conocía la palabra pa’ las papas. “Big Mac, kartofel, Coca Cola, Ketchup”. Fua!!! Almuerzo en mis manos.
Después de eso fui al museo de arte contemporáneo. Si el de historia fue de lo que más me gustó, este estaba en las antípodas. Mi guía prometía arte del siglo XX con Chagall y Kandinsky entre otros. Pero bueh, fines del siglo XX sí era, nada más. Era un museo supermodernoso, con varias salas pequeñas donde no te imaginabas con qué te podías encontrar. En una, zapatos y basura tirados, otra con proyectores apuntando a cajas de cartón y adentro unos pelados corriendo y, claro, cómo olvidar aquella escalera con un perro muerto a sus pies.
El asunto es que vi todo lo más rápido que pude y me fui. Como aun tenía tiempo pasé por el Bolshoi, pero no se veía un carajo porque está en medio de obras. De ahí me fui a la catedral de Kazán, pasando, una vez más, por la Plaza Roja. Tras caminar mucho me volví a encontrar con un viejo enigma: cómo cruzar la calle. Esta vez no había túneles por abajo, así que estaba realmente perdido. Tras unos quince minutos de ir y venir, bajar y subir escaleras por un punte y no me pregunten qué más, logré cruzar.
Pero claro, tanto proceso demandó su buen tiempo. La catedral cerraba a las cinco y, obvio, el vivo llegó a las menos cinco, así que, como se imaginará, ya no dejaban entrar. Bueh, unas vueltecitas alrededor, fotos van, fotos vienen y a caminar pa’ las casas.
Allí me encontré con mi amigo australiano y unos nuevos inquilinos, una pareja de ingleses (que en realidad ya estaban desde la noche anterior, pero no los registraba). Igual se fueron pronto, así que té, cerveza y galletitas de por medio, provisto todo por el muchacho del nombre dudoso, vimos otro par de películas. Ah, hablando del dueño de la casa, esa noche se jugó y nos regaló unos chocolatines por navidad (sí, ya sé que era 23, pero bueh, qué se yo, recordemos que son ortodoxos ahí).



Moscú: Día 4
Al otro día, despedida del australiano que se iba pa’ Praga vía Berlín (con todos mis consejos, ocbiamente, cof cof) y nos vemos con Dimitri again. Como llegaba tipo doce antes me fui por mi cuenta a dar una vuelta por la calle Arbat la más famosa de Moscú. Según dicen, se supone que habitualmente está llena de hippies, músicos, artistas, bohemios, etc. Pero se ve que a todas estas especies las espantan el frío y la nieve. Había sí varias gentes vendiendo punturas y dibujos. En fin, tras hacerme un par de idas y vueltas me vuelvo al metro pa’ encontrarme con Dima.
Como no podía ser de otra manera, como cada medio día, tenía que ser Big Mac. Pero mientras comíamos, oh iluminación, ese día espié a la persona de a lado y descubrí una nueva hamburguesa fácil de pedir “big tasty”, muajaja. Como pa’ variar un poco, vio?
Tomamos el metro y nos encontramos con Tatiana, no sin antes dar una vuelta por la zona. Vamos a la galería Tetriakov, famosísimo museo moscovita. Hay un edifico especialmente dedicado al siglo XX, que es lo que quería ver (sí, sí, porque soy un eximio conocedor de arte sé lo que quiero ver) y además porque ahí se suponía que había una especie de museo al aire libre lleno de estatuas y bustos de la época de la URSS.
Se suponía, digo, porque tras buscar un rato sólo encontramos un montón de estatuas ñoñas, pero ninguna comunista. Bueh, será mañana. El museo muy bueno, pero, aunque Ud. No lo crea, cansador de tanto caminar y estar parado. A la salida y tras una buena caminata volvemos a comer en le restaurant de la otra vez. Ahora sí, en el metro es la despedida. La verdad que se portaron de diez, les estoy muy agradecido.
De vuelta al hostel me encuentro con una nueva inquilina de Escocia. Me da un poco de charla, pero yo estaba muy concentrado en poder comunicarme con casa (además, ya había estado recibiendo llamaditas presionadoras desde Argentina al celular), así que ni bien puedo me rajo y me adentro en el skype.
Creo que nunca en la vida me había pasado tan inadvertida la navidad (¡mi sueño!). En Rusia si bien había un montón de decoraciones por año nuevo no hay navidad sino hasta enero, así que cero ambiente. Después hablando a Argentina preguntaba por los festejos y eso, pero no sé, era como estar muy ajeno. Me fui a dormir sin brindar ni pan dulce (serán sumamente agradecidos aquellos individuos que guarden pan dulce sin frutas “Don Satur” para cuando vuelva).



Moscú: Día 5
El viernes era el último día, pero el tren salía tipo cinco recién, así que tenía la mañana libre. Pensaba visitar el mausoleo de Lenin, que me había olvidado de hacer, pero antes de salir noto en mi guía que no abre los viernes. Bueh, otra vez será, habrá que volver… Me voy pa’ la catedral de Kazán, que esta vez sí estaba abierta. Enorme y espectacular. A la salida me propongo encontrar las estatuas que se habían echo rogar el día anterior, así que pegué un caminatón hasta las inmediaciones del museo último. Busco, busco, pero nada. Ya podrido, y en la loma de la mierda, me vuelvo pa’ mi zona de influencia. Almuerzo algo nuevo: big tasty! Y para el hostel. Armar la valija, despedida y al tren!





Bueno, no los torturo más. No sólo a ustedes, a mi también se me hizo eterno escribir esto, estamos a mano. Las próximas entregas, prometo, serán más breves y menos detalldas. Saludos.

3 comentarios:

Anónimo dijo...

Hagas lo que hagas y vayas donde vayas, si alguien te pregunta que marca de calzones usas... Hui!!!!!

Unknown dijo...

Camarada Juan Ignacio:
ya era hora de que reapareciera. Me gustaría hacerle notar un par de cosas:
1) que claramente ha habido un retroceso en el mundo desde que cayó el comunismo. Seguramente en los tiempos de Stalin, la libertad en las salas de museos habría sido real y no ideológica. Los excesos, habrían sido reprimidos por turbas iracundas (como los linchamientos espontáneos que reprimen las violaciones) y no habrían requerido la enajenante burocracia estatal que requieren ahora.
2) Esto se nota también en que el capitalismo ha cambiado la administración de las cosas por la administración de los hombres. De vivir en la época dorada, habrían sido fantásticas máquinas las que limpiaban las calles de nieve, no personas.
3) Ni hablemos de mc donalds, que es tan insensible que no ofrece un combo con vodka como para que el proletariado estudiantil del tercer mundo pueda resistir el frio con menos esfuerzo.
4) Sin embargo me preocupa soberanamente que la ideología capitalista lo ha cooptado para su nefasta causa. He aqui que un camarada presente a mi lado me pregunta "¿cómo puede ser que el camarada Juan no ponga fotos de las bellas mujeres que caminan libremente por las calles rusas?", a lo que respondi: "El camarada staricco se ha entregado a la cosificación feticihista del capital de tal manera que ha empezado a reprimir los cuerpos". Si hubiera viajado en el periodo soviético habría incluido usted, seguramente, fotos de las señoritas que nombra para mostrar la reconciliación del hombre con la naturaleza. Le ruego a ud. que cese el consumo de hamburguesas capitalistas, que de seguro incluyen drogas para obligarle a naturalizar la opresión.
Le consuelo informándole que en toda la extensión del territorio nacional que me ha tocado recorrer este verano, el calor es insoportable.
Saludos!

Anónimo dijo...

Hermosos relatos, videos y fotos! Una experiencia inigualable. Por lo que cuentas y por lo que se ve en Moscú hace tiempo que no existe el comunismo.
Estoy buscado Belarús y SPo. y ná!
No continuará?
Tu agüelo