Winter School

Cumpliéndose más de una semana del evento que hoy paso a relatar, creo que ya estoy en condiciones de describir los acontecimientos con cierta objetividad que aporta el paso del tiempo. He de confesar que desde un principio fui un poco contrario a la idea del viaje a Polonia y que estando allí pude comprobar todos mis malos augurios. Pero bueno, por aquellas magias del cerebro y mistificaciones de la memoria (o porque uno es un terrible boludo), pasados unos días se puede hasta recordar con cierta simpatía lo que se padeció tiempo atrás.
Para empezar, contar que la “Winter School” (o Escuela de Invierno) se trata de una excusa para juntar a los alumnos de las cuatro universidades que componen el master (además de la nuestra, eran de Londres, Wroclaw – Polonia- y Viena). El sitio elegido fueron unas montañas al sur de Polonia, lo que sería más o menos lo mismo que el medio de la nada. Nos quedamos allí por un fin de semana y el principal atractivo venía a ser la nievecita… Quizás simplemente leerlo no parezca tan terrible, pero antes de ir ya habíamos visto algunas fotos del año pasado… y para qué! Montañas de nieve, todo congelado. Para colmo, cuando nos pasaron información ya nos advertían que iríamos a unos humildes hostels, que no esperáramos mucho, etc. Así que bueno, como cualquier persona con sentido común se podrá imaginar, mi entusiasmo por ir era ciertamente mínimo.
El jueves bien temprano estábamos todos listos en la estación de tren para partir. Esta vez nadie llegó tarde, así que nos fuimos sin mayores inconvenientes. El viajecito consistió de dos trenes (como de una hora y media cada uno) más un colectivo (de unas dos horas). Pero eso no era todo, no, no, tras haber hecho un buen trayecto con el colectivo y empezar a subir montaña, llegamos a un punto en el que nos tuvimos que bajar y empezar a caminar cuesta arriba. Pusimos las mochilas en un auto y le metimos pata. Estábamos un poco decepcionados, a decir verdad, porque no había ni un copo de nieve, y ya que habíamos venido por la nieve… carajo! Pero bueno, se ve que la pacha mama polaca o no sé quien sintió nuestro descontento y a los pocos minutos empezó a nevar… pa´qué! En la hora y media de caminata que tuvimos a medida que pasaba el tiempo y seguíamos subiendo la nieve se iba juntando más y más.
Nuestro “complejo” constaba de dos hostels en los que habíamos sido divididos vaya uno a saber con qué mágico criterio. Había uno que parecía un tanto más interesante: estaba más abajo y era donde serían los eventos sociales por la noche, mientras que el otro quedaba 15 minutos más arriba y sólo tenía agua caliente en determinados horarios. De más está decir que no hace falta adivinar cuál me tocó.
Así que bueno, tras seguir caminando llegamos ya de noche al hostel. Cagados de frío, obviamente, y bastante húmedos. Ahora sólo faltaba conocer los cuartos que, para nuestra sorpresa, estaban bastante bien. Nos cambiamos, tomamos algo, cenamos y no mucho más. Como en Europa todo pasa muy temprano, a las nueve teníamos una fiesta en el hostel de abajo, así que allá fuimos. Gracias a la mente brillante que ideó este viaje, tuvimos que salir con linternas y caminar en medio de la noche por un pseudo camino lleno de nieve y con canaletas que lo atravesaban a cada rato. Tras resbalones y alguna que otra caída, llegamos. Pero claro, eso no era nada comparado con la vuelta. Era el mismo cuento pero de subida y, claro, uno ya estaba un poquito más cansado.
Al otro día tuvimos los “Workshops” (o talleres). Habían varias opciones y cada uno elegía cuál hacer. El mío estuvo muy divertido porque se trató del simulacro de un juicio a un genocida rwandés. Bueh, sé que no suena muy divertido, pero estaba mejor que una clase sobre el sacro imperio romano. Fue como volver a los tiempos de los modelos de la ONU por unas horas.
A la noche, nuevamente festejo, pero había que irse a la cama temprano porque al otro día nos esperaba el peor de los castigos del fin de semana: la caminata.
La mente brillante que idea nuestra winter school no podía dar por terminada su obra sin esta última actividad, una caminata de cuatro horas para subir a lo alto de una montaña. El panorama era desolador, no sólo helado y nevando sino que también con una niebla que no dejaba ver más allá de los dos metros. Y, por-su, todo en subida. El asunto estaba hecho en dos tramos, el primero un poco más piadoso porque la subida estaba más tranquila, pero igualmente re cansador. Al final, llegábamos a una especie de comedor donde se podía degustar un delicioso chocolate al agua. El tema es que tras estar ahí cuarenta minutos, nuevamente magia de la memoria de por medio, uno se olvidaba de todo lo que había puteado mientras caminó y lo que había jurado no seguir y, claro, no quería parar hasta la punta. Ni bien salimos de la cabaña un viento tremendo y lleno de nieve ya nos avisaba lo que seguía.
En fin, por más detalles que uno quiera contar es difícil transmitir la tortura. La subida era ya re empinada, muchos centímetros de nieve, los jeans que se habían congelado literalmente, el estado físico que no acompaña y la nievecita que te pega en la cara sin parar. Estando ya con ánimos de abandonar (contando con la complicidad de Thomas) Tito nos avisa que faltaban sólo cinco minutos. Tras dudar un poco decidimos creerle y, sí, milagro! Era cierto. Llegamos a la cima de la montaña para encontrarnos con una especie de platillo volador cubierto de nieve. Entramos y a tomar un poco de chocolate, que esta vez sí tenía un poco menos de agua y un poco más de leche.



(Video en la cima - Gentiliza Meuricio)

La bajada, of course, mucho más amigable. Hasta que uno podía ir saltando de la alegría. Para cagarse de frío, eso seguro, y además apurados para que no se hiciera de noche, pero al menos ya casi no quedaban tramos de subida y eso era mucho!
De vuelta en el hostel ya no quedaba mucho más. La última fiesta, despertarse temprano al otro día, caminar hora y media de vuelta, cagarse de frío un rato antes de tomar el colectivo, los trenes, el tranvía y de vuelta a casa. Jurando, of course, que nunca más volvería a pisar nieve y que ya había tenido suficiente por esta vida. Pero claro, que el invierno recién está entre nosotros y durante nuestra ausencia en Leipzig había empezado a nevar…

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