Berlín, primera entrega

Estimados lectores, sepan disculpar el prolongado período de ausencia. El autor de este blog, en su firme compromiso por mantener la calidad de su producto, ha debido tomarse un par de semanitas para realizar los esfuerzos de producción necesarios para la presente entrega.
Tras tanto tiempo de vacío, el muy extenso relato de hoy quizás parezca más que excesivo y desproporcionado. Quizás lo sea. Pero bueno, muchachos, aprovechemos mientras haya y a leer…


Objetivo: Berlín
La conciencia torturaba ya cada vez más cuando leía el título del blog “trotamundos”. Bueno, venga, que si con habernos ido a Leipzig queríamos hacernos los trotamundos… mejor buscar otro nombre. La verdad que contemplé la posibilidad por un par de días, pero ante la falta de ideas terminé de concluir que mejor hacerle honor al nombre e irse de viajecito.
El asunto surgió así como quien no quiere la cosa, tomando algún cafecito en el bar de la facu. Teníamos el lunes 9 de noviembre, por un lado, con el 20 aniversario de la caída del muro y, como incentivo adicional, el viernes disertaba sobre el cambio climático el mismísimo Sir Anthony Giddens. El denominador común: Berlín. Así que bueh, tras un par de semanitas de organización armamos un nutrido contingente de la facu y para allá nos fuimos.

Viernes 6: La salida
El viernes, después de clase, salimos. Algunos fuimos en autos de compañeros (yo por ejemplo viajé en el auto del novio de Andrea) y otros con autos de desconocidos. Para aquellos que como yo hasta hace unas semanas son medio ignorantes de la vida cotidiana en Alemania, les cuento que acá es de lo más común llevar a desconocidos. Un leipziger se tiene que ir a Berlín, entonces pone un avisito en Internet diciendo cuántos lugares disponibles tiene en el auto y cuánto te va a cobrar por el viaje. Por lo general termina siendo muy barato, porque más que buscar ganancia se aspira a cubrir los gastos de la nafta.
Como luego de dos horas de viaje, llegamos finalmente a Berlín. Nos fuimos directo pa’ l hostel que responsablemente habíamos reservado con anterioridad y, tras apurarnos un poco, salimos corriendo para la conferencia de Giddens que ya empezaba. Para los que no lo conozcan, el muchacho es, según mi humilde opinión, el sociólogo vivo más conocido. Y es, por cierto, un viejito al que hemos que tenido que leer bastante durante la facultad. Una vez ahí, entonces, fue un tanto raro pensar que estaba viendo y escuchando al guaso que tanto había leído. Era como que el papel había cobrado vida.
El asunto es que una vez terminada la conferencia no queríamos perdernos la posibilidad de robar una fotito con el viejo. Cuado llegamos a sus inmediaciones nos encontramos con que ya estaba rodeado de gente, así que esperamos un rato… y otro rato… y otro rato… y bueh. A la bosta. Nos fuimos para afuera donde, como siempre, había alguna comida esperando a los concurrentes. Después de entrarle a un “pretzel” (o como se escriba) con una regia copita de agua, me fui a asomar de vuelta a la sala de la conferencia. Y ahí venía Tony! Cámara en mano me quedo cerquita, el viejo venía hablando así que apenas le toco el codo con un dedo, me dio cosa interrumpir, pero el buen amigo se da vuelta, le muestro la máquina y, sediento de flashes y estrellato, el buen Anthony no tiene problemas en posar abrazado y comentar sobre su última visita a Buenos Aires, sus amigos de centro izquierda y lo lindo que es Buenos Aires. Un tipazo el Giddens ese.


Juan y Giddens (un solo corazón)


A la salida de la conferencia, un pedazo de muro.

Y como no todo el tiempo todo puede ser cultura e intelectuales, de la conferencia salimos rumbo a casa de nuestra querida amiga brasileira Janaina, quien hace ya un par de horas puso a su pobre esposo Antonio a cocinarnos. Jana se vuelve a Brasil próximamente, así que era su despedida acoplada con el cumpleaños de Andrea que tocaba el sábado. El menú: Feijoada y algo que no sé cómo se escribe pero que sonaba a “coshiña”, acompañado todo esto, of course, de caipirinha. Pero claro, que también teníamos de postre brigadeiro. Sin palabras!
Tras estar un buen rato de festejo ahí, una simpática alemana de mexicano español se ofrece a llevarnos a una fiesta. Por qué no? Bueh, principalmente podría decirse que no al enterarse uno que va a tardar como una hora en llegar tras tomarse dos trenes y caminar media hora. Pero claro, eso no lo descubre uno sino hasta que llegó al destino. Por qué no? Porque uno si supiera con anterioridad la pinta de antro del lugar al que está yendo, tranquilamente podría decidir tomar camino para otro lado. Pero claro, uno no se entera de que eso es antrezco sino hasta que se encuentra subiendo unos tres pisos por unas escaleritas rocoquescamente decoradas con pedacitos de botellas rotas por todas partes o cuando entra y descubre que no es un lugar bailable, sino el departamento de algún pobre víctima que tendrá que ponerse a limpiar todo al día siguiente cuando la resaca desaparezca. Al margen de hacerme el fino criticando el lugar, hay que reconocer que nos quedamos un buen rato ahí, hasta bastante tardecito. Nos unimos a la moda del lugar y nos pegamos unos espejitos en la cara (que, a pesar de ciertos rumores esparcidos por la CIA no tenían LSD en el pegamento – fucking Google translator-). El camino de vuelta al hostel fue larguísimo, como tres trenes nos tuvimos que tomar y hasta Mickael nos hizo entrar en delirio paranóico haciéndonos bajar de un tren para ahorrarnos un reto del inspector por no tener pasajes. Terminamos llegando por fin a las ocho de la mañana a nuestras musicales camas del hostel. Pleno día era ya, la pieza ultra iluminada y claro… no se extrañe si no podía dormir.


Volviendo


Sábado 7
Bueh, el sábado ya llevaba varias horas a decir verdad, pero hacemos de cuenta que empieza acá. A los puristas de los cambios de días y las horas, los invito a retirarse.
El asunto es que tras estar un par de sextenas de minutos sin poder dormir me fui a dar una vueltita con Dana y Tito. Pero antes del paseo, claro: una duchita. El baño del hostel parecía inspirado en un campo de concentración. Cinco cubículos uno al lado del otro, que deben haber tenido un metro cuadrado cada uno. La mitad del frente hecho de material, como las paredes, y la otra mitad restante, algo así como una ranura para entrar... ni una cortinita! Así que bueh, ducha rápida y de paseo un ratito por ahí nomás y desayunar alguito.
De vuelta en el hostel la mayoría seguía durmiendo y yo, de puro ubicado nomás, no quería despertar a nadie, así que me uní al subequipo sajón: Max (Alemania), Hanna y Erik (EEUU), quienes se iban a ir al museo de la Stasi (la policía del estado de la RDA). Parecía interesante así que después de comer un fantástico Döner (comida turca que se encuentra por doquier en Alemania) emprendimos un ETERNO viaje hasta el famoso museo.
En Berlín da la sensación de que todo queda lejos. La ciudad es enorme y para ir a cualquier lugar uno le tiene que poner como mínimo media horita y algún cambiecito de tren. Tren digo genéricamente. Hasta lo que mi cabeza me permitió entender, hay tres medios de trasnporte en la ciudad: los tranvías, como tenemos en Leipzig, el subte y otros que vendrían a ser como unos “trenes urbanos” o trenes de cercanías según me dijo Thomas. El asunto es que en nuestra simpática ida al museito de la Stasi nos conocimos todos y cada uno de estos servicios.
Más vale tarde que nunca, llegamos, nos conseguimos una simpática guía de habla inglesa y nos hicimos el recorrido por este lugar. Ahí funcionaba una cárcel donde se encerraba, torturaba e interrogaba a presos políticos. La existencia de este lugar era desconocida para el común de la gente, ni siquiera figuraba en los mapas. En la primera foto está marcado el límite del área de exclusión que rodeaba al complejo.





Quizás el ver la reconstrucciones de los lugares no era tan interesante como los datos históricos que iba tirando la guía.
Terminada la visita seguimos hacia Alexanderplatz, una plaza super famosa que la verdad no tiene mucho pa’ joder. Muy grande, modernosa, y con la famosa torre de televisión. Tras dar una vueltita nos fuimos a tomar un café por ahí a un bar italiano y a comer, por último a un restaurant chino. Después de tan largo día me reencontra, por fin, con mis viejos amigos. Nos fuimos a tomar una cervecita por ahí y después a la camita, que mucha falta me hacía.



Bueno, habiendo llegado a la mitad del viaje me parece buen momento para cotar el racconto. Como se enterarán en la segunda entrega, estoy cagadazo de sueño así que la cabeza ya no me da pa’ seguir escribiendo.
Eso sí, no se pierdan lo que sigue, que viene con abundante material multimedia, en exclusivo desde Berlín.
Saludos a todos y…
CONTINUARÁ…

4 comentarios:

PATRICIA dijo...

Ah! Qué lindo tu relato! No quería que terminara! Rápido,rápido la segunda entrega!
Imagino que a la foto con Anthony la pondrás en un marco de honor. Qué bueno!

Unknown dijo...

Che que bien.
Yo la verdad que te envidio. Me pase todo el fin de semana haciendo zapping entre Encuentro, History Channel y DW. En todos pasaban documentales y cosas sobre la unificación.
Ahora se viene la Season finale con Juan Sacándose una foto con Baremboim y Walesa en la puerta de Brandemburgo?
Jeje, un saludo. Lindo post!

Unknown dijo...

Ps.
Señora mama de Juan. Como vera, a su derecha, abajo de las fotos tiene una opcion para suscribirse vía correo electrónico a las novedades de este blog. No avisa de los comentarios, solamente de las entradas nuevas. Espero que le sea de alguna utilidad.
(Perdón por la tardanza en agregarlo XD)
Saludos!

PATRICIA dijo...

Señor Mitsein, muchas gracias!
Cariños